Dirección: Mikhail Kalatozov
Guión: Enrique Pindea Barnett, Evgueni Evtushenko
Nacionalidad: Cooproducción URSS/Cuba
Sinospsis: Cuatro historias independientes entre sí que narran la transición histórica desde el gobierno de Batista hasta el éxito de la Revolución Cubana.
El semidesconocido
director soviético Mikhail Kalatozov, ganador de la Palma de Oro de Cannes en
1958 por la inmortal Cuando pasan las
cigüeñas (1957), estrenó en 1964 esta particular visión de la revolución
cubana explicada a partir de cuatro historias independientes que ordenan
cronológicamente los factores que favorecieron el movimiento revolucionario así
como su puesta en marcha. Influenciado por su compatriota Sergei Eisenstein, no
realiza un film exaltando la figura de los líderes revolucionarios como podrían
ser Fidel Castro o Ernesto Guevara, sino que como podemos ver en Octubre (1927) del mentado Eisenstein,
es el pueblo el que se levanta y lleva a cabo una revolución.
Contando con una
de las direcciones más virtuosas en la Historia del Cine, con unos movimientos de cámara
que si bien no son tan escandalosamente rápidos como en Como pasan las cigüeñas, sirven para movernos dentro del contexto de una Cuba, la cual se dirige al
espectador mediante una voz en off,
en plena efervescencia de un deseo colectivo de cambio, nos sumergimos en la
primero de estos capítulos. Kalatozov sabe como reflejar el delirio y el
componente más salvaje de la noche habanera prerrevolucionaria, un sinfín de
derroche, una locura colectiva de alcohol, música y mujeres solo al alcance de
los más ricos y de los estadounidenses que vienen a divertirse a la isla. El
fluir de este tipo de fiestas parece la versión cinematográfica del desenfreno
narrado sobre este tipo de acontecimientos en la novela del cubano Gabriel
Cabrera Infante que firmaría tres años después titulada Tres tristes tigres. El episodio termina con unos de los
norteamericanos abandonando el poblado de una joven prostituta, descubriendo un
mundo nuevo para él, la Cuba
real donde los pobres y la miseria sustituyen los casinos y los bares.
El segundo
relato, perfectamente engranado con el primero, muestra la vida de estos
campesinos que sufren un revés por parte de su terrateniente, del dueño de unas
tierras que otros las trabajan y que vende sin pensar en las repercusiones de
sus trabajadores. De nuevo vemos la miseria pero en esta ocasión la explotación
explícita de los poderosos y la el surgimiento de un espíritu de protesta, el
nacer de una consciencia de clase primitiva que decide atentar contra el poder
establecido desde la manera más inmediata y poco meditada, la destrucción de la
propiedad.
El fuego
destructor sirve para enlazar el siguiente acontecimiento. Los jóvenes, los
estudiantes, la elite intelectual, despierta mediante el acceso a la cultura.
Atenta contra las figuras que representan el sistema asesino y represor. Se levantan con fervor contra Batista y son
por ello duramente reprimidos. Volvemos a ver la influencia de Eisenstein
situando una de las escenas cumbre en una escalinata, rememorando la sublevación
social y la mortífera represión policial filmada en la escalera de Odessa en la
obra universal El acorazado Potemkin (1925),
la cual también está presente a la hora de mostrar el homenaje que rinde el
pueblo a la figura del revolucionario asesinado por el gobierno.
Por último,
acabamos con la represión en la ciudad para volver a evidenciarla en el campo
de batalla, donde los soldados detienen a los revolucionarios en busca de
acabar con Fidel Castro. Regresamos de nuevo al mundo campesino y vemos el
despertar revolucionario a partir de Mariano. El vivir en paz es lo único que
motiva a él y a su familia en un contexto de infinita pobreza. No cree en la
necesidad de usar las armas para mejorar las situaciones sociales de su entorno
hasta que se ve literalmente bombardeado por un gobierno que hasta entonces tan
solo lo ignoraba mientras trabajase sus tierras. Surge en él el ideario
revolucionario que representa a miles de ciudadanos que ven nacer en sí una imperiosa
necesidad patriótica de cambiar las
cosas haciendo por fin posible la ansiada revolución.
Soy Cuba en sin
duda un film propagandístico, pero no por ello vamos a dejar de admirarnos por
la belleza de su fotografía, el mimo de sus composiciones y su inolvidable
dirección. A su vez, resulta una historia magistralmente narrada y un nuevo
ejemplo que evidencia el poder del cine como arma propagandística masiva.
Luis Suñer