lunes, 27 de julio de 2015

Anjô-ke no butôkai (1947) El baile en la casa Anjo


DirectorKozaburo Yoshimura

Guión: Kaneto Shindo

Nacionalidad: Japón

Sinopsis Tras la Segunda Guerra Mundial y la derrota de Japón, la aristocrática familia Anjo se encuentra arruinada. Para saldar sus deudas deben vender su mansión y deciden celebrar una última fiesta... Uno de los clásicos del cine japonés filmado durante la ocupación americana. 


Demasiado poco se ha hablado de un director del talento de Kozaburo Yoshimura,  un cineasta de izquierdas el cual a la hora de plasmar su universo cinematográfico a la gran pantalla siempre contó con la inestimable ayuda del por entonces tan solo guionista pero posteriormente reputadísimo director Kaneto Shindo, con quien guardaba parentesco siendo hermanos políticos.  



En Genji Monogatari (1951), película que tenéis la oportunidad de visualizar online en YouTube, podemos gozar de una dirección asombrosa, emulando incluso al mismísimo Kenji Mizoguchi tanto en el uso de los plano secuencia y de los travellings ensanchando el espacio (y en el caso de Yoshimura moviendo la cámara en forma de L y mostrando una puesta en escena que demuestra la organización de la escenografía más allá de las cuatro paredes que encierran el plano), a la fusión en la misma escena de lo real con lo fantasioso, forjando una belleza formal en la plasticidad de las imágenes en todos y cada uno de los minutos del metraje. Sin embargo, mientras que el trabajo del director no puede ser más loable, la adaptación que hace el guionista Kaneto Shindo de la historia narrada escrita hace más de mil años, no puede dejar de resultar algo tópica, creando cierta descompensación entre forma y contenido.


No es el caso de la película que hoy abordamos, El baile en la casa Anjo, donde Shindo ha tenido plena libertad a la hora de articular un guión que esconde diversas mutaciones y desvela diferentes informaciones a medida que avanza el metraje llegando a recordar vagamente al iraní Asghar Farhadi, autor de la galardonada con el Oso de Oro en Berlín y el Oscar a mejor película de habla extranjera Nader y Simin, una separación (2011). Mientras la dirección de Yoshimura se mueve entre los clásico y los movimientos que acentúan la importancia de los objetos y los golpes de efecto en los personajes, siendo casi un prefacio al que aun le falta mucha pericia y técnica por desarrollar de la mentada Genji Monogatari, El baile en la casa Anjo, película filmada durante la ocupación estadounidense y el desencanto social por la pérdida de la guerra, se erige como un filme cruel y mordaz con la sociedad acomodada de un tiempo.



La estrella Setsuko Hara, eterno rostro femenino ligado a la filmografía de Yasujiro Ozu, sustenta sobre ella todo el declive de una familia aristócrata disfuncional venida a menos. En su último intento por elevar el nombre de los Anjo, convence a su padre de celebrar un baile para despedirse de la mansión en la que viven y que van a perder por culpa de las deudas. Será dicho baile donde se gestará un sinfín de catarsis individuales y colectivas que mostrarán los males más inefables de la inmundicia de las miserias humanas. El único hermano varón se enfrentará a su más que explícita misoginia, mientras que la hermana mayor, vivirá con hastío y con falta de resignación su nueva posición alejada de la nobleza, hiriendo los sentimientos de quien ha cumplido el sueño capitalista y ha obtenido el reconocimiento económico que ella ha perdido a base de trabajar. No menos malparada saldrá la figura paterna, quien sufrirá el desengaño de una amistad fallida basada en mentiras, engaños y aprovechamientos de su situación social. La sumisión de los que nunca han dudado en revelarse a las órdenes del patrón acabarán por convertirse en muestras de las verdadera amistad, a su vez, la nueva condición social propiciará el devenir del deseo amoroso, formalizando una relación hasta el momento imposibilitada por el cuchicheo de las altas esferas.




Tras un ir y venir de diferentes situaciones y personajes, cada uno de ellos encontrándose consigo mismo y enfrentándose a los demás, los distintos protagonistas acabarán por volcarse en las búsqueda de nuevas inquietudes, abriendo nuevos caminos cargados de esperanza y fundiéndose con las nuevas ideas japoneses emergentes del momento que abogaban por superar la derrota de la guerra ante los estadounidenses y mirar adelante para forjar un nuevo destino aprendiendo de sus propios errores. La deliciosa música compuesta por Chûji Kinoshita unida a las poderosas imágenes que acompañan al acercamiento a una ventana que abre miles de oportunidades, serán el colofón final de este alegato tan personal que nos regala Yoshimura.


Luis Suñer