lunes, 22 de junio de 2015

Seisaku no tsuma (Seisaku's Wife) 1965


Director:  Yasuzo Masumura

Guión:  Kaneto Shindo

Nacionalidad: Japón

Sinopsis: 
Poco antes de la guerra ruso-japonesa, Okane –para salir de la miseria- acepta ser la concubina de un anciano. Cuando muere éste, vuelve al pueblo donde la tratan como a una paria. Todos menos Seisaku, que se enamora de ella. 


Hace poco hablábamos en este mismo blog del papel de la mujer en la sociedad japonesa y la reivindicación que se vivía por parte de ésta en la filmografía de Kenji Mizoguchi y de Mikio Naruse.  Una visión también muy personal tiene otro nombre conocido de Cine Monogatari, Yasuzo Masumura, del cual reseñamos hace poco La bestia ciega (1969).  En la película que abordamos hoy, no deja de contener las mismas preocupaciones y obsesiones que se reiterarán y que se podrán palpar en otras cintas de su filmografía posterior.

 Como bien indicábamos desde un buen principio, la mujer ocupará un rol totalmente predominante en el cine de Masumura, llegando a abanderar y afrontar cual es el destino del género femenino como ente individual en una sociedad nipona golpeada por diferentes confrontaciones políticas o sociales, siendo siempre sus protagonistas hijas de su tiempo que tendrán que lidiar con un seguido de problemáticas, casi siempre machistas y represoras, ligadas a la época que les ha tocado vivir.  No será Seisaku’s Wife ninguna excepción, si en Red Angel (1966) un año más tarde será una enfermera la que vivirá las desgracias de la segunda guerra sinojaponesa sufriendo en un hospital situado en territorio de combate chino muertes, amputaciones, lloros, rechazos y la presión culpable de ser presente ante la decisión de quien vive y quien no, en la película a la que hoy nos acercamos, el irremediable reclutamiento y la voluntad masculina por ver a su país prosperar en la guerra rusojaponesa acontecida a principios del siglo XX, será visto desde el punto de vista femenino de quien debe verse obligada a tolerar la separación amorosa y el miedo a la muerte del ser amado.


El erotismo por su parte volverá a imperar, no llegando a los extremos hipersexualizados de Tatuaje (1966) o La bestia ciega (1969), pero sí sirviendo de nexo de unión primero, con un anciano que mantiene a Okane (nuestra protagonista), y segundo, contrastando con el primero al tratarse del abandono al propio deseo carnal nacido desde lo más veraz de su ser. La sexualidad se erigirá como la manifestación metafórica de una unión real entre dos personas y que conllevará un nivel de unión tan potente que, como en La bestia ciega, desencadenará, esta vez desde un punto de vista más cuerdo, en la violentación del ser amado como única vía de escape ante las presiones de una sociedad exterior cada vez más amenazante y represora. 


Y es que al fin y al cabo, de lo que trata esta película, es sobre la soledad, el miedo que esta atesora y la falta de empatía y el horror con el que se puede llevar a tratar a un ser humano dependiendo de su sexo y de las decisiones que haya tomado a lo largo de su vida. De hecho, la sociedad como tal, se permitirá el lujo de prejuzgar sin tener ni si quiera el más mínimo conocimiento sobre la causa que critica. No será casualidad que ante dos personas que deciden libremente actuar obedeciendo a sus propias pasiones y no a sus deberes como ciudadanos de una comunidad enferma, el único ser humano que durante todo el metraje sea capaz de comprenderlos y ayudarlos en sus momentos más difíciles, sea un deficiente mental con mucha más bondad y buen corazón que cualquiera de sus cuadriculados vecinos.


Luis Suñer 

Saya Zamurai (Scabbard Samurai) 2011

Director:  Hitoshi Matsumoto

Guión:  Hitoshi Matusmoto

Nacionalidad: Japón

Sinopsis: Kanjuro Nomi es un samurai sin espada, solo conserva su funda. Tras abandonar por completo la violencia y embarcarse en un viaje con su hija Tae, ahora está en busca y captura como desertor. Su única opción de salvar la vida es hacerle recuperar la sonrisa al príncipe, triste desde la muerte de su madre. Para ello dispondrá de 30 días: si no lo logra, deberá cometer sepukku



Cuando dirigimos nuestra mirada hacia el cine japonés contemporáneo que nos llega a los occidentales hoy en día, resulta casi imposible encontrar directores que no lleven rondando la élite festivalera desde finales de los años noventa. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Realmente tenemos una crisis en el nacimiento de nuevos talentos en tierras niponas desde los últimos 20 años o son las figuras consagradas desde el boom del cine asiático de finales del siglo XX las que impiden que podamos oír voces distintas a lo establecido?  A esta pregunta, por ignorancia o falta de medios, quien os escribe hoy estas líneas no ha encontrado todavía respuesta. Lo que sí ha descubierto es a un (uno solo) cineasta emergente llamado Hitsohi Matsumoto y que cuenta con una breve pero muy alabada filmografía compuesta por cuatro títulos e inaugurada en 2007.


La película que hoy trataremos de abarcar, Scabbard Samurai (2011), resulta ser el tercer largometraje de los cuatro que ha dirigido hasta el momento. En él, vivimos una reformulación del cine de época ambientada en la era samurái y se rememora las costumbres y la mentalidad de unas gentes que nutren y levantan los cimientos de la cultura japonesa actual. Ante este espacio, se desarrolla una historia en forma de cuento en la que un samurái desertor tendrá una oportunidad diaria de hacer reír a un deprimido huérfano con tal de salvarse de la condena a cometer seppukku.  Será entonces cuando podamos observar el diálogo que emprende con el cine de su compatriota Sabu, valiéndose de la comedia y los clichés tópicos de los diferentes géneros para argumentar una historia sabiendo regresar inteligentemente a un pasado adulterado de extrañas formas propias del manga e interpelarnos desde su recreación ficticia para hablarnos del presente. Tanto Matsumoto como Sabu, sabrán darle vida a  esa figura nihilista que se arrastra por la existencia por el empeño de los demás y esa necesidad enfermiza japonesa por acudir en masa y jalear la pérdida de la dignidad ajena. Porque esto es en lo que se sumerge Scabbard samurai, en la relación que abarca el individuo como persona derrotista abandonada a su propia suerte y al empeño de una nueva generación vitalista y con fe en el progreso emocional de la población. En última instancia nos está mostrando las diferencias generacionales que ocasionaron el cambio en la mentalidad de una sociedad que ha vivido contrariada entre la aceptación autoimpuesta y el miedo al castigo infligido por la rebeldía. Por eso será totalmente trascendental el abrir el espectáculo a una respuesta coral de un público que juzga y se contagia o reprime.


Y sin embargo, a medida que avanza el metraje, lo más sorprendente de todo el filme que hoy tratamos, es la capacidad de mutación genérica que encontraremos, hablando de la manera más idiota posible de cosas muy serias y a su vez tomándose muy en serio las verdaderas metas y objetivos de la vida, las proyecciones de futuro hacia los seres queridos. Y por último, qué decir de ese final tan bello, hermoso y tierno, sabiendo apelar, como ha logrado durante todo el metraje, a la conciencia emocional del espectador.



Luis Suñer

viernes, 19 de junio de 2015

Onna ga kaidan wo agaru toki (Cuando una mujer sube la escalera) 1960

Director:  Mikio Naruse

Guión:  Ryuzo Kikushima

Nacionalidad: Japón

Sinopsis:  Keiko acaba de quedarse viuda y tiene que valerse por sí misma. Encuentra un empleo como anfitriona en un local de Tokio, pero además de cubrir sus propios gastos debe ayudar económicamente a un hermano enfermo y sin trabajo. Tras seducir a un rico cliente, una joven geisha deja el trabajo, cosa bastante habitual. En cambio, Keiko, que desea honrar la memoria de su marido, se niega a relacionarse con los ricos clientes de la casa.

Cuando queremos dirigir nuestra mirada hacia el papel del género femenino en la sociedad japonesa de la mitad del siglo XX, nos viene a la mente los dramas sociales del inconmensurable Kenji Mizoguchi. Películas como Los músicos de Gion (1953) o La calle de la vergüenza (1956), nos muestran una realidad contemporánea del momento donde el universo de las geishas y la prostitución parecen tambalearse erigiéndose un seguido de figuras femeninas impetuosamente luchadoras que emprenden una batalla a priori perdida contra las mujeres que se dejen dominar y contra una sociedad liderada por  hombres que mantienen en estado de subyugación al sexo femenino.  Y sin embargo, esta no parece ser la única voz crítica con la situación vivida en aquel momento. Mikio Naruse, el cuarto gran nombre del cine clásico japonés a la sombra tan solo de leyendas como Akira Kurosawa, Yasujiro Ozu y el ya mentado Kenji Mizoguchi, se vale de un estilo adoptado casi del Hollywood clásico cuya dirección se basa en una potentísima fotografía panorámica en blanco y negro y planos fijos para dotar de toda la mayor importancia y énfasis a un guión que funciona a la perfección gracias a unas actuaciones apabullantes de gran parte del reparto.


La película a la que nos referimos hoy dentro de la extensa filmografía del director nipón, es Cuando una mujer sube la escalera (1960), un relato desolador sobre una mujer viuda que se gana la vida como mujer de compañía (en el buen sentido de la palabra) prostituyendo su tiempo y falseando sus verdaderas emociones con tal de agradar a los hombres y seducir su impulso de consumir. Tras la muerte de su marido, al que siente no haber amado como este se merecía en vida, se promete huir del amor pasional lo que le lleva a esconder sus verdaderos sentimientos hacia quien regenta el negocio, un  Tetsuya Nakadai en un registro más calmado y comedido de lo normal, mostrándose hierático y liberando sus verdaderas emociones al espectador en pequeñas dosis a medida que avanza el metraje.


Si por algo destaca este filme, no es tan solo por el lado en el que apela a la fuertes sentimientos reprimidos, es también porque deambula, apunta, dispara y destapa todo un seguido de males endémicos focalizados en el papel de la mujer en la sociedad y la importancia del dinero. Mamá, que es así como se llama la protagonista, tiene que lidiar con compañeras de trabajo con mucha más consciencia (o más bien con menos escrúpulos a la hora de utilizar sus armas) de itgirl capaz de manejar el control de los hombres. Mientras el papel de estas mujeres se supone que es el de engañar a los hombres con mentiras y falsos halagos interesados, Mamá vive poco a poco una situación inversa, siendo engañada por todo tipo de hombres que tan solo encuentran en ella un divertido juguete de amabilidad emocional y sexual. A su vez, el convertirse mediante su empleo en una mujer de dinero, la perderá en la búsqueda incesante de salir de su propio universo construyéndose uno propio, comprando un local que ella misma regente fortaleciendo con ello tanto su dignidad moral como su propia liberación personal.  No podrá sin embargo repeler la incesante aproximación de una familia fracasada que repudia su trabajo pero que no le hace ascos a un dinero que no tienen reparo en arañar cualquier resquicio que les permite apelar a la debilidad de su carácter con tal de conseguir bienes económicos.  

La consecuencia de todo esto será un canto a la dignidad y a la realización personal de la mujer sacrificada que, como ya apuntaba en los filmes anteriormente mocionados de Mizoguchi, está cada vez más cerca de tomar una auténtica consciencia de si misma y por ende luchar y  elevarse como una realidad emergente destinada a cambiar el rumbo de una nación.


Luis Suñer 


lunes, 1 de junio de 2015

Môjû (La bestia ciega) 1969

Director: Yasuzo Masumura

Guión: Yoshio Shirasaka

Nacionalidad. Japón

Sinopsis Un escultor ciego obsesionado con la "belleza" de la piel femenina, Michio (Eiji Funakoshi), vive recluido junto a su madre (Noriko Sengoku) en un estudio lleno de reproducciones parciales o totales de mujeres. Decidido a crear su obra magna, secuestra a una bella modelo, Aki (Mako Midori), y la retiene hasta que esta accede a posar para él.


Si las temáticas que abordó el cine japonés hasta los sesenta se caracterizaban por lograr hacer florecer las pasiones humanas más potentes dentro de un relato clásico, no pudo ser menos histérico y perturbador cuando los cineastas que tomaban el relevo a los Ozu, Mizoguchi o Naruse, abrazaron lo que pasó a llamarse como nueva ola japonesa. Las nuevas formas de teorizar e incidir en las emociones y los conceptos que preocupan a los directores relegando la importancia del relato en sí y valiéndose de formas más libres que se desligan de los cánones establecidos, nos dejó para la posteridad obras tan complejas en su concepción como humanamente sensibles en el espectador como lo son por citar algunos ejemplos La mujer de la arena (1964) o El rostro ajeno (1966) que nos brindó Hiroshi Teshigahara.

                               La mujer de la arena (1964) El rostro ajeno (1966)

Yasuzo Masumura no se queda atrás. En su obra más realista Red Angel (1966) nos mostraba una visión de la segunda guerra sinojaponesa vista desde una enfermera que padece el horror de las mutilaciones y la banalización del valor de la vida humana. Y en medio de un relato tan descorazonador y vergonzante para con el ser humano, logra aumentar su valía mediante el erotismo de unas imágenes tristemente bellas, incidiendo en el valor del sexo como desahogo corporal y psicológico al encuentro diario con la muerte. También de 1966 será su obra Irezumi (Tatuaje), donde el erotismo volverá a jugar un papel clave, esta vez ligada a la maldad y a las peores debilidades del alma humana. 

                                  El erotismo en  Red Angel (1966) Irezumi (1966)

Ya en 1969 firmará la obra que hoy abordamos, La bestia ciega, donde el director nipón parece poder optar al fin por abandonarse a sus deseos más ocultos y a poder filmar sin miedo a elaborar una narración convencional los sentimientos humanos que a él le interesan. Así pues nos sumergimos en una historia sin ningún atisbo de querer ofrecer un relato realista. Con tan solo tres personajes y tres espacios elaborará el tratado que quiere contar, ocupando la mayor parte del metraje el taller del artista ciego que secuestra  a la bella y caprichosa joven. Dicho taller, espléndidamente oscurecido, es adornado por gigantescas esculturas de descuartizadas partes humanas de la fisonomía femenina. Con un aire a la pesadillesca escena de Recuerda de Hitchock donde cuenta con Dalí para dar forma tan oníricas escenas, será este el lugar donde se empezarán a conocer las diferentes preocupaciones vitales de los tres protagonistas, una joven raptada que adopta una actitud de itgirl sabiendo usar su cuerpo para sacar partido de los hombres, un artista ciego que postula el tacto como la forma definitiva en el arte y la sobreprotectora madre de éste, quien ayudará su hijo con tal de que finalice su obra de arte definitiva.


Una vez sumergidos en tan claustrofóbico y terrorífico espacio, las ideas más teóricas y físicas de los protagonistas salen a relucir. Viviremos un enfrentamiento entre la madre y la forzada intrusa que intentará ganarse el amor del ciego. Se deja entrever, de manera algo explícita, una relación casi incestuosa entre madre e hijo, madre la cual es acusada de querer suplantar con su hijo la figura del marido muerto. A su vez, el recelo provocado por la no sexualidad que ésta no le puede ofrecer, surgen unos conflictos de intereses entre los tres abocados a la inevitable resolución violenta. Como consecuencia de ello asistiremos a una mutación en el género del filme, tomando por última instancia los derroteros del erotismo, apelando a la sensibilidad del espectador, inmiscuyéndose en el poder del amor y del sexo, del tacto y del sadomasoquismo, fusionando la concepción artística del tacto con la pura sexualidad que muta en el descubrimiento de los placeres del cuerpo. Dicha sincronización entre la teoría y la práctica se traduce de manera fílmica gracias a un montaje paralelo que acaba por mostrar la derrota del arte en pos de la realidad, poniendo por delante los sentimientos más veraces por encima de la mera representación, jugando con el espectador ofreciéndole de manera fílmica lo que los personajes experimentan, algo que podría llamarse el descubrimiento del imperio de los sentidos.



El resultado de todo esto es un romance críptico, una introspección a los placeres más ocultos que puede infringir a través del tacto el ser humano. A su vez, una reflexión sobre los roles adoptados dependiendo de las circunstancias, una visión de la sexualidad  atada a las exigencias del ahora y una lucha cíclica e inevitable que une el erotismo y la muerte y en la que no se sabe muy bien quien gana y quien pierde, o si mismamente forman parte de un todo.




Luis Suñer