jueves, 23 de abril de 2015

Ai to kibo no machi (El chico que vendía palomas) 1959


Director: Nagisa Oshima

Guión:Nagisa Oshima

Nacionalidad: Japón

SinopsisEl título original de este film era "El chico que vendía palomas", pero los productores lo cambiaron por "Calle de amor y esperanza", contra los deseos del director. Un joven llamado Masao, huérfano de padre, vive con su madre enferma y su pequeña hermana. Para mantener a su familia, Masao trabaja como limpiabotas y como vendedor de palomas. Como son palomas mensajeras, vuelven con él una y otra vez de modo que puede revenderlas.



¡Cuán diferentes pueden llegar a ser la cultura occidental y la oriental y qué bien se pueden correlacionar en el cine! Eso es lo que podríamos llegar a pensar si entendemos, en relación al cine europeo del momento, el nacimiento de esta ópera prima de uno de los más importantes cineastas japoneses que abanderó el movimiento de la nueva ola japonesa junto a otros grandes como el dos veces ganador de la Palma de Oro en Cannes Shoei Inamura.



En pleno año 1959, el crítico de Cahiers du cinéma François Truffaut se hace con el premio al mejor director en el Festival Cannes con Los 400 golpes, filme casi intermediario entre las ruinosas penalidades de las clases bajas del neorrealismo italiano y la intelectualidad y la libertad de las formas de la Nouvelle Vague. Dicha película relata las aventuras del adolescente Antoine Doinel, quien viéndose despavorido en un entorno hostil, opta por rebelarse contra el poder establecido personalizado en dos instituciones represoras como son la Familia y la Educación. Por otro lado, la película que hoy nos atañe, también fechada en el mismo año, nos narra la historia de un adolescente claramente desfavorecido por las circunstancias que le acompañan. Se trata del joven Masao, quien malvive en una casa de mala muerte junto a su madre enferma y a su hermana pequeña. Oshima, mediante un formato panorámico, rico en juegos de luces y sombras en blanco y negro y con una imagen de lo más pulcra, algo tosco en el montaje pero siempre acertado con la música y el crecendo de la tensión dramática que sus inicios podría antojarse algo fría, trata de establecer un paralelismo entre dos realidades que generalmente se ignoran, aunque a veces se relacionen, como es el caso de la historia que trata de contarnos. Puede sonar tópico o naïf, pero El chico que vendía palomas, al fin y al cabo, trata de evidenciar en imágenes la historia de una superación de la posguerra y crecimiento económico tras la intervención estadounidense que ha originado incipientes desigualdades aceptadas e interiorizadas entre los ciudadanos de la gran urbe. Con una clara influencia del neorrealismo italiano, conoceremos el funcionamiento de las tres clases resultantes del caldo de cultivo de estos años, por un lado un niño que se ve en la inmoral tentativa de ingeniar un método de engaño entre sus estafados para conseguir el dinero que necesita para mantener a su familia a la vez que su madre limpia zapatos de las clases burguesas mientras se somete arrodillada sin recibir si quiera una simple mirada por parte del cliente, por otro lado la maestra de instituto que se mantiene en una clase media e intenta escalar posiciones acercándose al hijo del gran empresario pero que se decanta por la necesidad moral de ayudar a los desfavorecidos que más lo necesitan, y por último, la hija mantenida de dicho empresario, quien, con ayuda de la profesora, es la primera en romper estas barreras invisibles que dividen a la sociedad y decide dejarse llevar por los sentimientos humanos con la intención de cambiar las cosas, dejando entrever que la sociedad japonesa dista mucho de ser algo minímamente justo.

Resulta interesante, regresando al Antoine Doinel de Truffaut, observar los dos modos de aceptar la podredumbre si lo comparamos con Masao, mostrando el estamento familiar como un valor innegociable en la cultura japonesa, entendiendo el sacrificio por los seres humanos como uno de los pilares fundamentales de su cultura, y quien sabe, si como mecanismo que intenta resetear o modificar el funcionamiento social desde el colectivo, huyendo de la individualidad, aunque, lamentablemente, despidiéndose de cualquier atisbo de libertad personal.



Luis Suñer