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sábado, 22 de julio de 2017

Taiyo no Hakaba (1960) El entierro del sol


Director:  Nagisa Oshima

Guion: Nagisa Oshima, Toshirô Ishido

Sinopsis: Hanako vive en los suburbios de Osaka. Compra sangre por el día para venderla y se prostituye por la noche. Takeshi es un joven que se ve inmiscuido en una banda criminal.




Hablar de Nagisa Oshima es hacerlo de la innovación en el cine. Ya en este blog os hablamos en su día de Murió después de la guerra (1970), una obra clave en la esencia y estética de la nueva ola japonesa. Diez años antes, sin entrar en terrenos tan formalmente revolucionarios, nos regaló una obra totalmente adelantada a su tiempo. El entierro del sol es sin duda una cinta frenética y arrolladora. Un filme en color en formato panorámico (recurso el cual fue explorado con ahínco y acierto por los cineastas nipones más que por cualquier otros) que irradia auténtica modernidad.

Oshima nos sitúa en los suburbios urbanitas más miserables. La joven Hanako, una distorsión visceralmente construida y evolucionada de la femme fatale, se dedica a conseguir sangre para venderla por el día y a la prostitución por la noche. La degradación de su vida nace del entorno en el que se mueve, el cual impregna y contamina a quien por allí se aproxima, convirtiendo la miseria y el hastío en una prisión invisible de la que resulta imposible escapar. Los pervertidos (1960), Kareyoshi Kurahara, una cinta totalmente nouvellevagueana tanto en la libertad de sus formas como en las referencias al cine negro en su contenido, estudiaba el comportamiento inmoral y delincuente de la juventud. Una actitud adoptada por las circunstancias y que persiste en sus protagonistas sin que la narración de explicación alguna. Algo similar a los dos hombres del trío protagonista de Banda aparte (1964) de Jean-Luc Godard o al comportamiento de Kit Carruthers en Malas tierras (1973) de Terrence Malick. En la película de Oshima, no solo se adentra en la esencia del mal surgido de la posguerra, sino que el cineasta busca abordar la barrera psicológica que delimita el bien del mal. Así pues, mientras que estéticamente, El entierro del sol, con sus movimientos bruscos y fluidos de cámara y los potentes acordes de guitarra que resquebrajan las secuencias, parece que nos encontremos ante una precuela de la pentalogía Las batallas sin honor ni humanidad (1973-74) de Kinji Fukasaku, el interés de la cinta surge de su estudio psicológico sobre la inmoralidad. 

El entierro del sol es un filme coral, donde aparecen infinidad de personajes, de organizaciones criminales enfrentadas y sobre todo vecinos adaptados a la pobreza extrema y a la pérdida irrecuperable de la dignidad. Las secuencias protagonizadas por el vecindario resultan heredadas del neorrealismo italiano más salvaje. A su vez, la mujer es vista como objeto sexual utilizado para prostitución y los jóvenes como meros peones del entramado criminal. El otro personaje clave de la cinta, a parte de la ya mentada Hanako, es Takeshi. Este joven se ve inmiscuido y reclutado en una de las bandas por el simple hecho de toparse con unos delincuentes. Vivimos con él su particular viaje a los infiernos, su caída ante la vileza del mal y su necesidad por buscar una salida. En última instancia, rendido a sus pulsiones sexuales, una contante en la filmografía posterior de Oshima, se revelará contra el sistema establecido. La secuencia clave será cuando se enfrente a la orden directa de un superior ebrio, entonando una canción acompañado de una banda sonora que el propio cineasta, a modo de comentario, aumentará de volumen hasta girar la cámara hacia el rostro del joven. Con este movimiento Oshima se posiciona del lado de Takeshi, otorgándole la dignidad negada que reina en un filme pesimista cuya escena final, sin darnos respuestas, nos invita a reflexionar sobre si la protesta de Takeshi ha calado en Hanako, quien deberá organizar una nueva vida  partir de ahora.



Luis Suñer

 

miércoles, 5 de agosto de 2015

Tokyo senso sengo hiwa (1970) Murió después de la guerra

Director: Nagisa Oshima

GuiónMasato Hara, Mamoru Sasaki

Nacionalidad: Japón

SinopsisEs éste un provocador film que plantea más preguntas de las que podrían ser respondidas (acerca de cuestiones políticas, cinematográficas, generacionales), pero no por ello deja de ser fascinante. Rodada como una adivinanza de una lógica perversa, sigue a un estudiante marxista y cinéfilo que afirma haber sido secuestrado y golpeado por la policía. Cuando su novia le dice que eso no es posible, él encuentra una película rodada durante su secuestro y que confirma su versión de los hechos. 



En plena madurez de la nueva ola japonesa, Nagisa Oshima nos presenta unos de sus filmes menos conocidos demostrando de nuevo su versatilidad y adaptación a los nuevos lenguajes cinematográficos así como su pericia técnica en el tratamiento estético de las imágenes. Y es que esta críptica película se eleva como un aire de libertad tanto en la forma como en el contenido, apostando por una dirección subjetiva que se intercala con una visión global del director quien ha comprendido el poder de la dirección, abastando la totalidad de oportunidades que le ofrece el medio cinematográfico y que al fin y al cabo será la temática de este extrañísimo pero coherente largometraje.


Los filmes de la segunda mitad de los sesenta que firmaba Jean-Luc Godard como Masculino femenino (1966) o La china (1967), abarcaban la búsqueda de una realidad emergente. Mientras que en la primera se establecía una interesante radiografía a caballo entre la ficción y lo documental sobre el modo de vida y las inquietudes sociales, culturales, políticas y sexuales de una nueva generación de jóvenes, la segunda se enfocaba en el componente político izquierdista (maoísta) de estas recién nacidas corrientes de pensamiento universitarias prediciendo y convirtiéndose en una antesala del posterior movimiento del Mayo del 68 francés. Nagisa Oshima no se queda atrás, sino que arrastra todas estas pesquisas sociales investigadas mediante el arte cinematográfico en el que se sumerge Godard para inmiscuirse aun más concienzudamente en la fusión existente entre la realidad de estos jóvenes con la importancia de la irrupción del cine como arma de pensamiento que ofrece nuevas vías en el uso de la propagación de ideas.


Arriba: Masculino femenino (1966)  Abajo: La china (1967)

El confuso relato se sustenta sobre unas imágenes que carecen de autor. Esto acaba por provocar una irremediable odisea que trata de introducirse en las cavilaciones sobre la autoría y el poder mismo de las imágenes y los sonidos sin intención expresa detrás. Tales desatinos entrarán en conflicto con un seguido de ideas y teorías políticas sobre la cinematografía que provocarán innombrables quebraderos de cabeza en un joven que tan solo intenta comprender si hay o no alguien detrás de la cámara, siendo acompañado por la novia de esa persona de la que se desconoce el estado de su existencia, viéndose mareados por la atracción y el rechazo de sus propios pensamientos, condenándose a abandonar cualquier posibilidad de unirse en sociedad y luchar por una ideología cambiante y movediza.


Será interesante las citas de la lucha estudiantil hacia el papel que juegan las filmotecas (el cine no comercial como herramienta de difusión de ideas izquierdistas) y, sobre todo, la unión gestada entre los directores del momento de la nueva ola japonesa, siendo nombrados magníficos cineastas como Shohei Inamura o el propio Nagisa Oshima (quien no duda en colocarse el primero de esta lista de artistas y cuya megalomanía no sorprenderá a quien haya visto su documental Cien años de cine japonés (1995) en el que llega a destacar cuatro películas suyas mientras nombra muy de pasada a  Kurosawa u Ozu entre otros). Pero sin duda, la escena más poderosa del filme será aquella en la que el erotismo naciente en el cine japonés nos entregue una imagen de lo más evocadora en el momento en el que la protagonista se desnudará frente a la proyección de las imágenes, usando su propio cuerpo como fondo y tocando sus zonas erógenas regalándonos la que quizás sea la primera relación sexual entre una persona y el mismísimo Cine.




Luis Suñer

jueves, 23 de abril de 2015

Ai to kibo no machi (El chico que vendía palomas) 1959


Director: Nagisa Oshima

Guión:Nagisa Oshima

Nacionalidad: Japón

SinopsisEl título original de este film era "El chico que vendía palomas", pero los productores lo cambiaron por "Calle de amor y esperanza", contra los deseos del director. Un joven llamado Masao, huérfano de padre, vive con su madre enferma y su pequeña hermana. Para mantener a su familia, Masao trabaja como limpiabotas y como vendedor de palomas. Como son palomas mensajeras, vuelven con él una y otra vez de modo que puede revenderlas.



¡Cuán diferentes pueden llegar a ser la cultura occidental y la oriental y qué bien se pueden correlacionar en el cine! Eso es lo que podríamos llegar a pensar si entendemos, en relación al cine europeo del momento, el nacimiento de esta ópera prima de uno de los más importantes cineastas japoneses que abanderó el movimiento de la nueva ola japonesa junto a otros grandes como el dos veces ganador de la Palma de Oro en Cannes Shoei Inamura.



En pleno año 1959, el crítico de Cahiers du cinéma François Truffaut se hace con el premio al mejor director en el Festival Cannes con Los 400 golpes, filme casi intermediario entre las ruinosas penalidades de las clases bajas del neorrealismo italiano y la intelectualidad y la libertad de las formas de la Nouvelle Vague. Dicha película relata las aventuras del adolescente Antoine Doinel, quien viéndose despavorido en un entorno hostil, opta por rebelarse contra el poder establecido personalizado en dos instituciones represoras como son la Familia y la Educación. Por otro lado, la película que hoy nos atañe, también fechada en el mismo año, nos narra la historia de un adolescente claramente desfavorecido por las circunstancias que le acompañan. Se trata del joven Masao, quien malvive en una casa de mala muerte junto a su madre enferma y a su hermana pequeña. Oshima, mediante un formato panorámico, rico en juegos de luces y sombras en blanco y negro y con una imagen de lo más pulcra, algo tosco en el montaje pero siempre acertado con la música y el crecendo de la tensión dramática que sus inicios podría antojarse algo fría, trata de establecer un paralelismo entre dos realidades que generalmente se ignoran, aunque a veces se relacionen, como es el caso de la historia que trata de contarnos. Puede sonar tópico o naïf, pero El chico que vendía palomas, al fin y al cabo, trata de evidenciar en imágenes la historia de una superación de la posguerra y crecimiento económico tras la intervención estadounidense que ha originado incipientes desigualdades aceptadas e interiorizadas entre los ciudadanos de la gran urbe. Con una clara influencia del neorrealismo italiano, conoceremos el funcionamiento de las tres clases resultantes del caldo de cultivo de estos años, por un lado un niño que se ve en la inmoral tentativa de ingeniar un método de engaño entre sus estafados para conseguir el dinero que necesita para mantener a su familia a la vez que su madre limpia zapatos de las clases burguesas mientras se somete arrodillada sin recibir si quiera una simple mirada por parte del cliente, por otro lado la maestra de instituto que se mantiene en una clase media e intenta escalar posiciones acercándose al hijo del gran empresario pero que se decanta por la necesidad moral de ayudar a los desfavorecidos que más lo necesitan, y por último, la hija mantenida de dicho empresario, quien, con ayuda de la profesora, es la primera en romper estas barreras invisibles que dividen a la sociedad y decide dejarse llevar por los sentimientos humanos con la intención de cambiar las cosas, dejando entrever que la sociedad japonesa dista mucho de ser algo minímamente justo.

Resulta interesante, regresando al Antoine Doinel de Truffaut, observar los dos modos de aceptar la podredumbre si lo comparamos con Masao, mostrando el estamento familiar como un valor innegociable en la cultura japonesa, entendiendo el sacrificio por los seres humanos como uno de los pilares fundamentales de su cultura, y quien sabe, si como mecanismo que intenta resetear o modificar el funcionamiento social desde el colectivo, huyendo de la individualidad, aunque, lamentablemente, despidiéndose de cualquier atisbo de libertad personal.



Luis Suñer 

viernes, 8 de agosto de 2014

Conversaciones con Akira Kurosawa






Rompiendo con la tónica general del blog, hoy en lugar de tratar los aspectos que más me han llamado la atención de una película en particular, he decidido abrir una entrada acerca de un libro. Este mismo año se acaba de publicar en España Conversaciones con Akira Kurosawa, algo más de cien páginas que nos ayudan a conocer todavía más al que quizás sea el director japonés más importante de la Historia, sin menospreciar a Kenji Mizoguchi o a Yasujiro Ozu.





Akira Kurosawa (1910-1998) supuso en los años cincuenta un punto de inflexión hacia la internacionalización del cine japonés con películas como Rashomon triunfando en Venecia o Los siete samuráis llegando a los cines de Europa y Estados Unidos. Su concepción de los tiempos y el uso de tres cámaras para filmar las batallas, así como el ralentí para dotar de elementos épicos escenas cumbres, son solo parte del legado que este director dejó para la posteridad, revolucionando el lenguaje cinematográfico y siendo una gran influencia para directores estadounidenses.

En este libro, Donald Richie, importante norteamericano estudioso de la sociedad y el cine japonés, comenta con el director nipón sus inicios como realizador, desde sus primeras obras hasta Yojimbo (1961), a la vez que tratan sobre el éxito de estos films.


La segunda de estas entrevistas, ya realizada en el año 1993, corre a cargo del también director japonés Nagisa Oshima, conocido internacionalmente por, entre otros films, El imperio de los sentidos (1976), película que muestra totalmente desnuda la sexualidad como eje de una narración, convirtiendo su trabajo en uno de los más polémicos de la Historia del Cine teniendo en cuenta su contexto histórico.

En dicha entrevista entre colegas de gremio, Oshima realiza una exploración más enfocada al empleo de director. Mientras que Donald Richie también abarcaba temas más personales y biográficos, Oshima decide preguntarle tan solo por su faceta como director de cine. Gracias a ello se puede conocer sus inicios como ayudante de director y escritor de guiones y cómo llegó posteriormente a ser el director internacionalmente conocido que es en Agosto de 1993.





La última entrevista, mucho más corta pero no por ello menos interesante, incluso lo contrario, corre a cargo del Premio Nobel de Literatura el colombiano Gabriel García Márquez. En ella hablan de la penúltima película de Kurosawa, Rapsodia en Agosto (1991). En dicha película, una abuela que sobrevivió al lanzamiento de la bomba atómica en Nagasaki recibe a sus nietos en verano. Se crea una reflexión sobre lo que supuso el lanzamiento de dicha bomba, su impacto intergeneracional, tanto físico como memorial, así como la reacción de los demás países hacia el país nipón. Dicha película molestó a sectores estadounidenses al criticar tan duramente la medida tomada por el gobierno americano en 1945. García Márquez consigue sacar a relucir el descontento y la denuncia de Kurosawa con el país que llevó a cabo tal medida y su notable enfado por el hecho de no haber pedido disculpas por ello.



Conversaciones con Akira Kurosawa es un libro pequeño, de fácil lectura y que ayuda a profundizar todavía más en la mente del gigante japonés. Una buena lectura de verano que bien ayudará a revisar algunos films o ver los que aun tengáis pendientes, como es mi caso, que en breves veré Kagemusha.


Luis Suñer