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jueves, 1 de noviembre de 2018

Araki Mataemon: Kettô Kagiya no tsuji (1952)

Director: Kazuo Mori

Guion: Akira Kurosawa

Sinopsis: Araki Mataemon es un samurai legendario que fundó la koryu Shingan Yagyu-ryu, y ayuda a un joven a obtener venganza por el asesinato de un hermano, enfrentándose así a sus aliados.

 

No fue hasta 1992 que Clint Eastwood nos entregó la desmitificación total del western con Sin perdón, cinta que reflejaba con verosimilitud las reacciones humanas a los duelos a muerte, la venganza o el sinsentido de verse sumido en una espiral de violencia más sustentado en el deber y el honor proyectados que en la voluntad propia. Y sobre esos mismos cimientos parece erigirse Araki Mataemon, película de 1952 dirigida por Kazuo Mori con guion de Akira Kurosawa. Y es que la cinta, además de por la siempre efectiva presencia de un actor protagonista como el increíble Toshiro Mifune, destaca por la inteligencia con la que está estructurado el libreto firmado por el mentado Kurosawa. Así pues, el relato se abre con Araki (Mifune), asesinando a más de 30 siervos de su enemigo, una gesta que sin embargo, se ve interrumpida por una voz en off que se sincera con el espectador, indicándole que esta historia acontecida en el siglo XVII ha sido distorsionada, recalcando que los hechos reales, donde tan solo acabó con dos oponentes, tienen mucho más mérito que su posterior mitificación.


 Vemos a partir de entonces el primer gesto de modernidad que ofrece audiovisualmente el filme. Hablamos del retrato vaciado de personas de la ciudad donde sucedieron estos hechos en la época actual, para posteriormente, adentrarnos de nuevo en la época de la historia pero esta vez sujetos a los parámetros realistas de lo que se trata de narrar. La apertura ya no es en las inmediaciones de la gran batalla sino que apuesta por sumergirnos en el entramado que ocasionó el conflicto. Para ello, contaremos de nuevo con la audacia de un guion que juega con la temporalidad llevándonos de la mano por diferentes y largos flashbacks que se suceden a medida que vamos conociendo a los personajes. Secuencias que se intercalan a escasas horas de la lucha final y que nos ayudan a comprender el rol que adquieren los distintos protagonistas a raíz de un asesinato anterior y las consecuencias que este hecho acarrea. Porque, bebiendo de las mejores historias de venganza de los jidai-geki, con Araki Mataemon nos encontramos de nuevo ante una cinta donde un familiar, se ve en la obligación de vengar al asesinado, siendo presionado por un sistema donde el honor y la venganza se entienden como una norma no escrita ajena a la voluntad del ejecutor. 


Si bien el filme se torna algo farragoso en su continua fragmentación del relato aprovechando cada espacio y personaje que irrumpe en ella, siendo estas idas y venidas entre el pasado y el presente de una duración indeterminada a juzgar por la relevancia de los hechos que narra, no podemos sino rendirnos a su poderoso final. Escena la cual concentra la esencia novedosa del filme, atreviéndose a filmar sin miramiento el patetismo y la cobardía de quien teme a la muerte ejecutando una venganza en la que cree, pero a la que teme a la hora de llevar a la práctica. Si Clint Eastwood, paradigma del antihéroe de cómic que estilizaba el western hasta el paroxismo en su vertiente europea, desmitificaba el imaginario impregnado por las novelas y los filmes de cien años de historia en la mencionada Sin perdón, Mifune no deja de hacer en cierta manera lo mismo. Si bien el actor japonés, el cowboy por excelencia nipón encarnando a la figura del ronin más entero y honorable de los jidai-gekis, ejemplifica los mismos valores en esta cinta, son los demás quienes ofrecen esta visión decadente y carente de todo respeto de lo que suponen este tipo de venganza en el imaginario colectivo del país. Una deconstrucción verosímil y humana que se antoja valiente y única, atrevida e inaudita. Una peculiaridad que derrocha originalidad y que su sola concepción ya justifica el visionado de la película.





Luis Suñer

domingo, 21 de diciembre de 2014

Vivir (ikiru) 1952


Director: Akira Kurosawa

GuiónAkira Kurosawa, Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni

Nacionalidad: Japón

SinopsisKanji Watanabe es un viejo funcionario público que arrastra una vida monótona y gris, sin hacer prácticamente nada. Sin embargo, no es consciente del vacío de su existencia hasta que un día le diagnostican un cáncer incurable. Con la certeza de que el fin de sus días se acerca, surge en él la necesidad de buscarle un sentido a la vida.

En 1950 Akira Kurosawa conquista Venecia con Rashomon, una muestra de su maestría plasmando una única verdad, la de la subjetividad subyacente en el narrador de un relato. Como consecuencia de ello creció el interés por el cine nipón, lo que se tradujo en la posterior internacionalización de éste. Cuatro años después estrena Los siete samuráis (1954), un jidaigeki (cine de época por lo general protagonizado por samuráis) que no sólo revolucionó la manera de filmar la acción (uso de tres cámaras o el ralentí como atenuante del dramatismo del combate) sino que inspiró a numerosos directores occidentales como Francis Ford Coppola, Steven Spielberg o al romano Sergio Leone, el cual plagió el argumento (y algunos planos) de Yojimbo (1961) para inaugurar su trilogía del dólar (y el subgénero del spaghetti western) con Un puñado de dólares.



Entremedio, en 1952 tenemos Vivir, algo muy alejado de un mundo regido por el feudalismo y el bushido (código de honor samurái). Se trata de un gendaigeki, es decir, una película que busca profundizar en los males de la sociedad japonesa del momento, lo que a día de hoy podríamos llamar drama social. Vivir evidencia un seguido de dolencias del sistema, la anulación del individuo en el puesto de trabajo, el ensimismamiento en el dinero, el estancamiento de la burocracia, las diferencias y la moral que afectan al relevo intergeneracional. Y no estamos hablando de una película de Yasujiro Ozu, Kurosawa trata estos temas, pero al contrario que su compatriota, no hace reposar la cámara sino que se vale del virtuosismo y de la esteticidad plástica para hablarnos con imágenes.


Dividida en dos partes muy diferenciadas, el relato se inicia mostrando la cotidianidad tediosa del protagonista, un hombre mayor al cual poco le falta para jubilarse. No se inmiscuye en su trabajo, no le pone ningún tipo de interés. Sus colegas de profesión (casi todos) tampoco están motivados, el sistema burocrático es fallido, los ciudadanos se ven desamparados ante el complejo entresijo interdepartamental. En cuanto es diagnosticado de cáncer, su (muerte en) vida cambia.


Al regresar a su casa se inicia un juego de flashbacks oportunamente intercalados en los momentos en las que el hombre observa fotografías de su difunta esposa y de su hijo, calando en el alma del espectador, haciendo entender mediante escaso metraje que ese hombre renunció a toda su vida por sacar adelante a un hijo quedándose viudo cuando éste aun era un niño pequeño. Siendo testigo de todos sus éxitos y sus fracasos, acompañándole desde su infancia hasta su madurez. El arrebato de amor paternal que nos ofrece Kurosawa es cruelmente cortado mediante la irrupción del primogénito y su esposa. Comentan lo interesados que están en el dinero del padre, despreciándole aun viviendo en su casa.


Si la desazón de nuestro protagonista no podía ser más triste, decide ahogarse bajo el sabor del sake, único aislamiento a la realidad laboral y familiar de los cabeza de familia japoneses de los 50 o los 60. Allí decide junto a un parroquiano gastar todo el dinero ahorrado en una gran juerga. Nace el subepisodio más triste de la historia. El enfermo se enfrasca en un periplo nocturno de alcohol, música y mujeres. Se palpa la irrealidad de lo que le rodea, la falsaria sombra de diversión, la artificiosidad de la felicidad camuflada en las luces de neón, las canciones y las chicas de compañía. La gran mentira de la evasión japonesa, mucho más infeliz que la infelicidad esimismada de su triste y gris realidad cotidiana.


El tercer subcapítulo, reúne al maduro Kanji Watanabe con una de sus jóvenes compañeras de trabajo. La confrontación entre lo viejo y lo joven, la pesadumbre y la vitalidad, lo masculino y lo femenino, se vive de manera certera, gestando en el espectador un seguido de emociones que ayudan a profundizar sobre el sentido de la vida, sobre como lo nuevo puede sobreponerse a lo antiguo.

La revelación final que obtiene Watanabe es mostrada en la segunda mitad del film mediante un salto entre flashforwards y flashbacks que intercalan su funeral con el camino recorrido en su puesto de trabajo durante esos cinco meses anteriores a su muerte. Callando sobre su enfermedad, incluso a su propio hijo, se vuelca en el deseo de hacer las cosas un poco mejor para su pueblo. Se comporta como un aténtico patriota, forjando el cambio de los tiempos, enfrentándose contra funcionarios superiores en el orden jerárquico. Se acaba con la época de la obediencia ciega, ni el es un samurái que deba recibir órdenes ni la vida es algo que se pueda perder a la ligera. Toma las riendas de su puesto de trabajo y él solo planta cara a un sistema burocrático pernicioso, cumpliendo los deseos de las mujeres que en una de las primeras escenas del film se ven privadas de disfrutar su parque por culpa del escurrimiento de tareas por parte de las diferentes secciones del ayuntamiento.  Como es normal, tras quitárselo encima debido a su muerte, sus superiores no escatiman en desprestigiar y borrar su legado, atribuyéndose sus éxitos. No hay que dejar que se convierta en un ejemplo a seguir, a ellos ya les va bien como funciona todo.


Tan descomunal estudio sobre la vida y la muerte del individuo y su postura en la sociedad, se cierra de manera magnífica, regalándonos la belleza plástica de la filmación del cielo, yendo de la mano de John Ford.




Luis Suñer 

viernes, 15 de agosto de 2014

Kagemusha 1980




Dirección:  Akira Kurosawa

Guión: Akira Kurosawa & Masato Ide

Nacionalidad: Japón


Reparto:  Tatsuya Nakadai, Tsutomu Yamazaki, Kenichi Hagiwara, Daisuke Ryu, Masayuki Yui, Toshihiko Shimizu
Sinopsis: En el Japón medieval, devastado por las guerras feudales, un vulgar ladrón es elegido para sustituir a un poderoso señor de la guerra, que acaba de morir. (FILMAFFINITY)







La última etapa del director nipón Akira Kurosawa (1910-1998), tras lograr traspasar las fronteras y ser un director de referencia en medio mundo por sus películas realizadas entre los años 50 y principios de los 60, estuvo lastrada por una terrible depresión que sufrió y que casi lo llevó al suicidio. Parte de todo este pesimismo se puede observar en el carácter taciturno y apesadumbrado de algunas de sus obras posteriores. Sintiéndose poco valorado como profesional, las productoras japonesas no querían financiar sus nuevos proyectos. Es por ello que sus colegas norteamericanos, grandes admiradores de su obra, tales como George Lucas, Steven Spielberg o Francis Foid Coppola, decidieron producir sus nuevos films. Gracias a ellos pudo llevar a cabo obras de grandísimo presupuesto como Kagemusha (1980), Ran (1985) o Dreams (1990).



Kagemusha, Palma de Oro en Cannes en 1980, es una especie de preludio de Ran, donde se muestra con una tristeza estética el drama de la guerra, la fe ciega y la fuerte jerarquización reinante. La voluntad humana es aniquilada en pos de la unión del clan y el interés común de los líderes de la guerra. La importancia de la vida humana pierde cualquier atisbo de valor siempre y cuando no sea quien tenga que guiar a los demás.También intenta incidir en la relación familiar entre padre e hijo, la presión de los militares, del nombre de la familia y el clan y la frustración recogida durante años por un gozar de un talento no reconocido.


Tanto el ladrón, eterno Tatsuya Nakadai, que es usado como doble del fallecido líder del clan como el hijo de éste son personas usadas sin tener en cuenta jamás sus propias emociones o sentimientos respecto a lo que pasa, no son valoradas por lo que son sino por el papel que están obligados a desempeñar. Ambos son dos partes del mismo hombre, de Akira Kurosawa y la tristeza que le invadía casi diez años después de su intento de suicidio.




El japonés saca matrícula de honor en el aspecto técnico del film, donde la fotografía, usando un colorido vivo a la vez que abatido, ayudado de la magnífica dirección coral de actores, es todo un prodigio y un deleite visual. La banda sonora que en un inicio parece algo desubicada, con reminiscencias del western clásico,  acaba por desempeñar un importante papel a la hora de reforzar la emoción dentro de las escenas con más tensión dramática del film. También es destacable el acompañamiento musical con el colorido de las escenas oníricas y fantasiosas.

Luis Suñer



 


 

viernes, 8 de agosto de 2014

Conversaciones con Akira Kurosawa






Rompiendo con la tónica general del blog, hoy en lugar de tratar los aspectos que más me han llamado la atención de una película en particular, he decidido abrir una entrada acerca de un libro. Este mismo año se acaba de publicar en España Conversaciones con Akira Kurosawa, algo más de cien páginas que nos ayudan a conocer todavía más al que quizás sea el director japonés más importante de la Historia, sin menospreciar a Kenji Mizoguchi o a Yasujiro Ozu.





Akira Kurosawa (1910-1998) supuso en los años cincuenta un punto de inflexión hacia la internacionalización del cine japonés con películas como Rashomon triunfando en Venecia o Los siete samuráis llegando a los cines de Europa y Estados Unidos. Su concepción de los tiempos y el uso de tres cámaras para filmar las batallas, así como el ralentí para dotar de elementos épicos escenas cumbres, son solo parte del legado que este director dejó para la posteridad, revolucionando el lenguaje cinematográfico y siendo una gran influencia para directores estadounidenses.

En este libro, Donald Richie, importante norteamericano estudioso de la sociedad y el cine japonés, comenta con el director nipón sus inicios como realizador, desde sus primeras obras hasta Yojimbo (1961), a la vez que tratan sobre el éxito de estos films.


La segunda de estas entrevistas, ya realizada en el año 1993, corre a cargo del también director japonés Nagisa Oshima, conocido internacionalmente por, entre otros films, El imperio de los sentidos (1976), película que muestra totalmente desnuda la sexualidad como eje de una narración, convirtiendo su trabajo en uno de los más polémicos de la Historia del Cine teniendo en cuenta su contexto histórico.

En dicha entrevista entre colegas de gremio, Oshima realiza una exploración más enfocada al empleo de director. Mientras que Donald Richie también abarcaba temas más personales y biográficos, Oshima decide preguntarle tan solo por su faceta como director de cine. Gracias a ello se puede conocer sus inicios como ayudante de director y escritor de guiones y cómo llegó posteriormente a ser el director internacionalmente conocido que es en Agosto de 1993.





La última entrevista, mucho más corta pero no por ello menos interesante, incluso lo contrario, corre a cargo del Premio Nobel de Literatura el colombiano Gabriel García Márquez. En ella hablan de la penúltima película de Kurosawa, Rapsodia en Agosto (1991). En dicha película, una abuela que sobrevivió al lanzamiento de la bomba atómica en Nagasaki recibe a sus nietos en verano. Se crea una reflexión sobre lo que supuso el lanzamiento de dicha bomba, su impacto intergeneracional, tanto físico como memorial, así como la reacción de los demás países hacia el país nipón. Dicha película molestó a sectores estadounidenses al criticar tan duramente la medida tomada por el gobierno americano en 1945. García Márquez consigue sacar a relucir el descontento y la denuncia de Kurosawa con el país que llevó a cabo tal medida y su notable enfado por el hecho de no haber pedido disculpas por ello.



Conversaciones con Akira Kurosawa es un libro pequeño, de fácil lectura y que ayuda a profundizar todavía más en la mente del gigante japonés. Una buena lectura de verano que bien ayudará a revisar algunos films o ver los que aun tengáis pendientes, como es mi caso, que en breves veré Kagemusha.


Luis Suñer