Director: Kazuo Mori
Guion: Akira Kurosawa
Sinopsis: Araki Mataemon
es un samurai legendario que fundó la koryu Shingan Yagyu-ryu, y ayuda a un
joven a obtener venganza por el asesinato de un hermano, enfrentándose así a
sus aliados.
No fue hasta 1992 que Clint
Eastwood nos entregó la desmitificación total del western con Sin perdón,
cinta que reflejaba con verosimilitud las reacciones humanas a los duelos a
muerte, la venganza o el sinsentido de verse sumido en una espiral de violencia
más sustentado en el deber y el honor proyectados que en la voluntad propia. Y
sobre esos mismos cimientos parece erigirse Araki
Mataemon, película de 1952 dirigida por Kazuo Mori con guion de Akira
Kurosawa. Y es que la cinta, además de por la siempre efectiva presencia de un
actor protagonista como el increíble Toshiro Mifune, destaca por la
inteligencia con la que está estructurado el libreto firmado por el mentado
Kurosawa. Así pues, el relato se abre con Araki (Mifune), asesinando a más de
30 siervos de su enemigo, una gesta que sin embargo, se ve interrumpida por una
voz en off que se sincera con el
espectador, indicándole que esta historia acontecida en el siglo XVII ha sido
distorsionada, recalcando que los hechos reales, donde tan solo acabó con dos
oponentes, tienen mucho más mérito que su posterior mitificación.
Vemos a partir de entonces el
primer gesto de modernidad que ofrece audiovisualmente el filme. Hablamos del
retrato vaciado de personas de la ciudad donde sucedieron estos hechos en la
época actual, para posteriormente, adentrarnos de nuevo en la época de la
historia pero esta vez sujetos a los parámetros realistas de lo que se trata de
narrar. La apertura ya no es en las inmediaciones de la gran batalla sino que
apuesta por sumergirnos en el entramado que ocasionó el conflicto. Para ello,
contaremos de nuevo con la audacia de un guion que juega con la temporalidad
llevándonos de la mano por diferentes y largos flashbacks que se suceden a medida que vamos conociendo a los
personajes. Secuencias que se intercalan a escasas horas de la lucha final y
que nos ayudan a comprender el rol que adquieren los distintos protagonistas a
raíz de un asesinato anterior y las consecuencias que este hecho acarrea.
Porque, bebiendo de las mejores historias de venganza de los jidai-geki, con Araki Mataemon nos encontramos de nuevo ante una cinta donde un
familiar, se ve en la obligación de vengar al asesinado, siendo presionado por
un sistema donde el honor y la venganza se entienden como una norma no escrita
ajena a la voluntad del ejecutor.
Si bien el filme se torna algo
farragoso en su continua fragmentación del relato aprovechando cada espacio y
personaje que irrumpe en ella, siendo estas idas y venidas entre el pasado y el
presente de una duración indeterminada a juzgar por la relevancia de los hechos
que narra, no podemos sino rendirnos a su poderoso final. Escena la cual
concentra la esencia novedosa del filme, atreviéndose a filmar sin miramiento
el patetismo y la cobardía de quien teme a la muerte ejecutando una venganza en
la que cree, pero a la que teme a la hora de llevar a la práctica. Si Clint Eastwood,
paradigma del antihéroe de cómic que estilizaba el western hasta el paroxismo en su vertiente europea, desmitificaba
el imaginario impregnado por las novelas y los filmes de cien años de historia
en la mencionada Sin perdón, Mifune
no deja de hacer en cierta manera lo mismo. Si bien el actor japonés, el cowboy por excelencia nipón encarnando a
la figura del ronin más entero y
honorable de los jidai-gekis,
ejemplifica los mismos valores en esta cinta, son los demás quienes ofrecen
esta visión decadente y carente de todo respeto de lo que suponen este tipo de
venganza en el imaginario colectivo del país. Una deconstrucción verosímil y
humana que se antoja valiente y única, atrevida e inaudita. Una peculiaridad
que derrocha originalidad y que su sola concepción ya justifica el visionado de
la película.
Luis Suñer
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