lunes, 29 de diciembre de 2014

Las 20 mejores películas de 2014

Desde la más pura subjetividad, estas son las mejores películas estrenadas en España en 2014 según Cine Monogatari:


1) Adiós al lenguaje de Jean-Luc Godard


Crítica: http://www.filmadictos.com/adios-al-lenguaje/


2) Her de Spike Jonze




3) Jauja de Lisandro Alonso


Crítica: Próximamente en la web de revistaletrou


4) La sal de la Tierra de Wim Wenders


Crítica: http://www.filmadictos.com/la-sal-de-la-tierra/


5) Magical Girl de Carlos Vermut


Crítica: http://www.filmadictos.com/magical-girl/


6) Nebraska de Alexander Payne


7) Black Coal, Thin Ice de Diao Yinan


Crítica: http://www.filmadictos.com/black-coal/

8) Cómo entrenar a tu dragón 2 de Dean Deblois


Crítica: http://www.filmadictos.com/como-entrenar-tu-dragon-2/


9) El viento se levanta de Hayao Miyazaki


10) 10.000 KM de Carlos Marqués-Marcet



11) Dos días, una noche de los hermanos Dardenne


12) La gran estafa americana de David O. Russel


13) Boyhood de Richard Linklater


14) El congreso de Ari Folman



15) El pasado de Asghar Farhadi


16) La isla mínima de Alberto Rodríguez


17) A propósito de Llewyn Davis de los hermanos Coen


18) Camino de la cruz de Dietrich Brüggeman

Crítica: http://www.filmadictos.com/camino-de-la-cruz/

19) Nymphomaniac de Lars Von Trier



20) Mommy de Xavier Dolan





Mención especial para:

Mr. Turner http://www.filmadictos.com/mr-turner/
Joven y bonita
Dragon Ball La batalla de los Dioses





A falta de ver Interstellar o Gone Girl entre otras.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Chichi ariki (había un padre) 1942


Director: Yasujiro Ozu

GuiónYasujiro Ozu, Tadao Ikeda, Takao Yanai

Nacionalidad: Japón


SinopsisEn una ciudad provinciana, un profesor viudo lleva una vida modesta en compañía de su único hijo. Cuando en un viaje escolar, un alumno se ahoga en un lago, él asume la responsabilidad del accidente y dimite. Decide entonces abandonar la ciudad y trasladarse a su pueblo natal. Durante el viaje, padre e hijo discuten sobre el futuro y entre ellos se establece una relación al mismo tiempo cercana y distante. Un día el padre le anuncia que tiene la intención de mandarlo a estudiar a un internado. Años más tarde, el padre trabaja en Tokio y el hijo es maestro.


Ya se habló de la figura de Yasujiro Ozu en Cine Monogatari en las entradas correspondientes a las películas Buenos días (1959) y He nacido, pero… (1932), no obstante, una personalidad tan genuina en el mundo del séptimo arte no puede sino dejar de sorprender, no tan solo al que aun está describiendo su filmografía, sino incluso al que la revisa, por lo que es preciso regresar de nuevo a él.


Situada en su etapa intermedia, entendiendo su periodo más jovial en sus films mudos y de los años 30, y el de madurez a finales de 40 hasta su muerte en 1963, Había un padre no deja de ser la antesala de un estilo futuro que intentará mejorar y redondear con el tiempo. Sin embargo, el escaso metraje de este inolvidable film, que no llega a los 90 minutos, nos sumerge de lleno mediante el realismo costumbrista a la realidad japonesa de una época anterior a la derrota bélica ante USA y a las preocupaciones vitales que con tanta maestría Ozu supo llevar a la gran pantalla, ofreciendo una dosis reducida que resulta en parte más efectiva que algunos de sus films futuros.


 La historia de un profesor que debido a un error mortal decide abandonar su carrera, nos lleva a vivir de manera casi palpable la relación con su hijo, elaborando con detenimiento la más inteligente manera de mostrar la forma en la que el deber de ambos, impuesto por la voluntad de la figura paterna, los obliga a mantenerse separados durante toda su vida. Se abarca gracias a la reunión del protagonista con sus viejos alumnos la fluidez del paso del tiempo, como esta se mantiene ligada a la familia y como nace la irremediable necesidad de enlazar al hijo con una mujer para que forme una nueva. Ozu nos habla desde el modo más calmado posible del devenir de los nuevos cabeza de familia, el relevo intergeneracional y su confrontación a la hora de entender las relaciones familiares hasta ahora enfrentados dentro de la correlación intrínseca en la sociedad japonesa entre el deseo y el deber.
 
Luis Suñer

domingo, 21 de diciembre de 2014

Vivir (ikiru) 1952


Director: Akira Kurosawa

GuiónAkira Kurosawa, Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni

Nacionalidad: Japón

SinopsisKanji Watanabe es un viejo funcionario público que arrastra una vida monótona y gris, sin hacer prácticamente nada. Sin embargo, no es consciente del vacío de su existencia hasta que un día le diagnostican un cáncer incurable. Con la certeza de que el fin de sus días se acerca, surge en él la necesidad de buscarle un sentido a la vida.

En 1950 Akira Kurosawa conquista Venecia con Rashomon, una muestra de su maestría plasmando una única verdad, la de la subjetividad subyacente en el narrador de un relato. Como consecuencia de ello creció el interés por el cine nipón, lo que se tradujo en la posterior internacionalización de éste. Cuatro años después estrena Los siete samuráis (1954), un jidaigeki (cine de época por lo general protagonizado por samuráis) que no sólo revolucionó la manera de filmar la acción (uso de tres cámaras o el ralentí como atenuante del dramatismo del combate) sino que inspiró a numerosos directores occidentales como Francis Ford Coppola, Steven Spielberg o al romano Sergio Leone, el cual plagió el argumento (y algunos planos) de Yojimbo (1961) para inaugurar su trilogía del dólar (y el subgénero del spaghetti western) con Un puñado de dólares.



Entremedio, en 1952 tenemos Vivir, algo muy alejado de un mundo regido por el feudalismo y el bushido (código de honor samurái). Se trata de un gendaigeki, es decir, una película que busca profundizar en los males de la sociedad japonesa del momento, lo que a día de hoy podríamos llamar drama social. Vivir evidencia un seguido de dolencias del sistema, la anulación del individuo en el puesto de trabajo, el ensimismamiento en el dinero, el estancamiento de la burocracia, las diferencias y la moral que afectan al relevo intergeneracional. Y no estamos hablando de una película de Yasujiro Ozu, Kurosawa trata estos temas, pero al contrario que su compatriota, no hace reposar la cámara sino que se vale del virtuosismo y de la esteticidad plástica para hablarnos con imágenes.


Dividida en dos partes muy diferenciadas, el relato se inicia mostrando la cotidianidad tediosa del protagonista, un hombre mayor al cual poco le falta para jubilarse. No se inmiscuye en su trabajo, no le pone ningún tipo de interés. Sus colegas de profesión (casi todos) tampoco están motivados, el sistema burocrático es fallido, los ciudadanos se ven desamparados ante el complejo entresijo interdepartamental. En cuanto es diagnosticado de cáncer, su (muerte en) vida cambia.


Al regresar a su casa se inicia un juego de flashbacks oportunamente intercalados en los momentos en las que el hombre observa fotografías de su difunta esposa y de su hijo, calando en el alma del espectador, haciendo entender mediante escaso metraje que ese hombre renunció a toda su vida por sacar adelante a un hijo quedándose viudo cuando éste aun era un niño pequeño. Siendo testigo de todos sus éxitos y sus fracasos, acompañándole desde su infancia hasta su madurez. El arrebato de amor paternal que nos ofrece Kurosawa es cruelmente cortado mediante la irrupción del primogénito y su esposa. Comentan lo interesados que están en el dinero del padre, despreciándole aun viviendo en su casa.


Si la desazón de nuestro protagonista no podía ser más triste, decide ahogarse bajo el sabor del sake, único aislamiento a la realidad laboral y familiar de los cabeza de familia japoneses de los 50 o los 60. Allí decide junto a un parroquiano gastar todo el dinero ahorrado en una gran juerga. Nace el subepisodio más triste de la historia. El enfermo se enfrasca en un periplo nocturno de alcohol, música y mujeres. Se palpa la irrealidad de lo que le rodea, la falsaria sombra de diversión, la artificiosidad de la felicidad camuflada en las luces de neón, las canciones y las chicas de compañía. La gran mentira de la evasión japonesa, mucho más infeliz que la infelicidad esimismada de su triste y gris realidad cotidiana.


El tercer subcapítulo, reúne al maduro Kanji Watanabe con una de sus jóvenes compañeras de trabajo. La confrontación entre lo viejo y lo joven, la pesadumbre y la vitalidad, lo masculino y lo femenino, se vive de manera certera, gestando en el espectador un seguido de emociones que ayudan a profundizar sobre el sentido de la vida, sobre como lo nuevo puede sobreponerse a lo antiguo.

La revelación final que obtiene Watanabe es mostrada en la segunda mitad del film mediante un salto entre flashforwards y flashbacks que intercalan su funeral con el camino recorrido en su puesto de trabajo durante esos cinco meses anteriores a su muerte. Callando sobre su enfermedad, incluso a su propio hijo, se vuelca en el deseo de hacer las cosas un poco mejor para su pueblo. Se comporta como un aténtico patriota, forjando el cambio de los tiempos, enfrentándose contra funcionarios superiores en el orden jerárquico. Se acaba con la época de la obediencia ciega, ni el es un samurái que deba recibir órdenes ni la vida es algo que se pueda perder a la ligera. Toma las riendas de su puesto de trabajo y él solo planta cara a un sistema burocrático pernicioso, cumpliendo los deseos de las mujeres que en una de las primeras escenas del film se ven privadas de disfrutar su parque por culpa del escurrimiento de tareas por parte de las diferentes secciones del ayuntamiento.  Como es normal, tras quitárselo encima debido a su muerte, sus superiores no escatiman en desprestigiar y borrar su legado, atribuyéndose sus éxitos. No hay que dejar que se convierta en un ejemplo a seguir, a ellos ya les va bien como funciona todo.


Tan descomunal estudio sobre la vida y la muerte del individuo y su postura en la sociedad, se cierra de manera magnífica, regalándonos la belleza plástica de la filmación del cielo, yendo de la mano de John Ford.




Luis Suñer 

sábado, 15 de noviembre de 2014

Laurence Anyways (2012)


Director: Xavier Dolan

Guión: Xavier Dolan

Nacionalidad: Canadá

SinopsisLaurence Alia (Melvil Poupaud) es un profesor de literatura con un trabajo estable y una sólida relación con su novia (Suzanne Clément). Sin embargo, un día decide contarles a sus amigos y seres más queridos sus planes para cambiarse de sexo. 




El jovencísimo Xavier Dolan, que a sus 25 años de edad ya ha cosechado triunfos por diversos festivales con sus cinco largometrajes, nos dejó con Laurence Anyways la que hasta ese momento fue su mejor película. Considerada el mejor film canadiense del Festival de Toronto de 2012, entró antes en la sección de Cannes Un Certain Regard llevándose, y con razón, el premio a la mejor interpretación femenina por la magnífica fuerza que entrega a su personaje Suzanne Clement.


Xavier Dolan nos presenta la historia de Laurence, un profesor de literatura de 35 años que harto de reprimirse revela a su novia, su familia y a su ámbito laboral su necesidad secreta, ser mujer. No por ello renuncia a su heterosexualidad. En este momento asistimos a un rechazo inicial, que bien podría antojárnose como el típico ejercico que relata las aventuras de una persona que por el mero hecho de ser diferente, es repudiado. Por suerte, Dolan trasciende y va más allá, nos regala una historia de un amor imposible a lo largo de diez años en la que se manifiestan todos y cada uno de los dilemas personales que tienen, sobre todo su novia, que sufre por el cambio de Laurence, rechazándolo, amándolo, preucupándose, abandonándolo y regresando a él durante el periplo de la década de los noventa.


Muchas pensarán que una historia que poco tiene a la hora de innovar, salvo por la cuestión del amor y el cambio de género (que no de sexualidad), se puede resumir en hora y media. No obstante, el cinéfago Dolan dota de una visión muy personalizada al tratamiento de la narración. Veremos escenas barroquísimas y ensoñaciones o visiones oníricas sobre los deseos amorosos de una manera muy felliniana, también diálogos entre enamorados con tratamientos lumínicos diferentes como Godard y unos ralentís que se recrean en la esteticidad de las imágenes al estilo Wong Kar Wai. Los planos con un único y central punto de fuga de lo más kubrickiano se fusionarán en su cercanía con la simetría propia de Wes Anderson. Además, el melodrama rebuscado y perfectamente reinventado de Almodóvar en los noventa protagonizado por transexuales será de lo más evidente.


El acierto de Dolan es el de contar una historia de la cual se nota su enfoque personal utilizando con acierto sus referencias cinematográficas más importantes, creando unas escenas de gran belleza visual, hablando con las imágenes y dotando a su film de poesía visual. No está nada mal para un chaval que por entonces tenía 23 años.


Luis Suñer

¡Bienvenido Míster Marshall! (1953)


Director: Luis García Berlanga

Guión: Luis García Berlganga, Miguel Mihura y Juan Antonio Bardem

Nacionalidad: España

SinopsisAños 50. Villar del Río es un pequeño y tranquilo pueblo en el que nunca pasa nada. Sin embargo, el mismo día en que llegan la cantante folclórica Carmen Vargas y su representante, se recibe la noticia de la inminente visita de un comité del Plan Marshall (proyecto económico americano para la reconstrucción de Europa). La novedad provoca un gran revuelo entre la gente, y el bonachón alcalde del pueblo (Pepe Isbert) propone a los vecinos que se disfracen al más puro estilo andaluz para causar buena impresión a los americanos que vienen a repartir dinero. 




Luis García Berlanga en sin duda uno de los pesos pesados de la historia del cine español. Títulos en su filmografía como El verdugo, película reconocida internacionalmente, así lo evidencian. No se queda atrás tampoco la película que aquí vamos a comentar, el segundo largometraje que llevó a cabo el valenciano. Con su mención especial en Cannes, evitó su retirada de las carteleras tras tres días de proyecciones y se convirtió en la segunda película más taquillera del director por detrás de La vaquilla (1985).


En un periodo de posguerra en una España que debido a su gobierno fascista se veía privada de las ayudas económicas estadounidenses del Plan Marshall, encontramos esta evidente crítica que por extraños motivos se le escapó a la censura del momento. Con un montaje de lo más dinámico y una fotografía en blanco y negro muy pulcra, se nos presenta a modo de retrato costumbrista los diferentes personajes, el alcalde, la profesora, el hidalgo o el representante de la joven promesa de la canción andaluza que se encuentran en Villar del Río (Guadalix de la Sierra), un pueblo de lo más rural de la España profunda.


Salta la noticia de que los estadounidenses van a visitar el pueblo para llevar a cabo sus medidas del Plan Marshall, lo cual revoluciona a un pueblo en el que sus más ilustres habitanbtes se reunirán para decidir que medidas tomar. Es aquí cuando podemos encontrar una diversidad de diálogos mordaces e inteligentísimamente divertidos, tanto por lo sagaz de estos como por el absurdo que resulta colocar un vocabulario tan excelso en boca de tan caricaturizados personajes. Se nota pues la mano en el guión de Miguel Mihura, cuya pluma 20 años antes ya nos regaló una de sus dramaturgias más inolvidables, Tres Sombreros de Copa, toda una obra cúlmen española del teatro del absurdo.


Berlanga disfraza a todos los habitantes del pueblo de andaluces para vender el folclore español conocido más allá de nuestras fronteras en los años 50, y el pueblo no tiene problemas en tirar por tierra toda su esencia y personalidad con tal de agradar a aquellos a los que cada uno de sus habitantes podrá pedir una cosa. No todo el mundo actúa así, está claro, pues tanto el cura como el hidalgo se opondrán al recibimiento de los americanos, y no es casualidad que aquellos que se nieguen sean estos dos estereotipos, elementos primordiales en la ejecución del fascismo en España y enemigos de aquellos que puedan hacerles perder sus privilegios cambiando una dictadura por una democracia liberal.


La modernidad de la película ya no reside tan solo por el dinamismo de su montaje, sino por un ejercicio de posmodernidad y trangresión con resultados divertidísimos, donde vemos a un José Isbert disfrazado de vaqueros del Oseste y un saloon escuchando a una cantante de flamenco, casi 60 años antes de que Tarantino nos pusiera Hip Hop en un western. Otro detalle importante es la otra escena onírica donde los reyes magos se vuelven americanos y lanzan un tractor en paracaídas, creando una escena posterior de gran belleza plástica e icónica dentro del panorama del cine español.


Por último, los americanos pasarán de largo, manera idonia de representar el fervoso deseo español por participar de la recuperación económica del Plan Marshall, vendiéndose a ellos mismos con tal de conseguir el favor americano y viéndose traicionados por un gobierno invisible pero presente, que condenó al pueblo español a 20 años de posguerra y una retraso considerable respecto al resto de Europa.




Luis Suñer

viernes, 31 de octubre de 2014

La vida de Adèle 2013



Director: Abdellatif Kechiche

Guión: Abdellatif Kechiche, Ghalya Lacroix (Novela gráfica: Julie Maroh)

Nacionalidad: Francia

SinopsisAdèle (Adèle Exarchopoulos) tiene quince años y sabe que lo normal es salir con chicos, pero tiene dudas sobre su sexualidad. Una noche conoce y se enamora inesperadamente de Emma (Léa Seydoux), una joven con el pelo azul. La atracción que despierta en ella una mujer que le muestra el camino del deseo y la madurez, hará que Adèle tenga que sufrir los juicios y prejuicios de familiares y amigos. 


La vida de Adèle no solo se hizo con la palma de oro en Cannes en 2013 sino que creó un revuelo entre los críticos situándola como una de las más potentes películas de los últimos años. La polémica sobre las escenas sexuales retratadas de manera muy explícita así como las quejas que tuvo Léa Seydoux sobre el director Abdellatif Kechiche, también sirvieron para crear expectación sobre este film.

La película se inicia en la adolescencia de Adèle, y desde sus inicios, somos continuamente golpeados por los primeros planos que inundan la pantalla. Se deja bien claro que no nos limitaremos a ver lo que hace Adèle sino que directamente seremos Adèle. Al espectador se le presenta de tal forma Adèle, con sus primeros planos donde vemos sus granos, vemos la salsa de tomate en sus sugerentes labios, vemos su mirada perdida e insegura, y consigue con ello introducírnosla por vía intravenosa de tal forma que seremos ella durante 180 minutos. Kechiche tirará de primeros planos imposibles, donde en ocasiones casi no se reconocerá lo que se está viendo. Observamos como la joven estudiante de bachiller hace cosas tan cotidianas como coger el autobus para ir al instituto, caminar por la calle o leer. ¿Hay algo más real que comer, dormir, masturbarse,  estar rodeada de niñas tontas en el instituto, gustarle a un chico y coquetear con el amor y el sexo? Adèle crece, experimenta, vive y el espectador asiste a ello de una forma tan real… Tan real como real nos parece su enamoramiento o su enfrentamiento con sus compañeros de clase.

Tras experimentar con un primer chico, con el que mantiene una relación sexual que no es del todo satisfactoria, Adèle conoce a Emma, cuya cabello azul aparece como un distintivo que simboliza a su vez la sorpresa que representa el fijarse sexualmente en aquello que hasta el momento no seguía los cánones de la normalidad. Pero el enamoramiento de Adèle no concierne en absoluto a los factores de la identidad sexual, ella busca una persona de la que sentir cierta admiración. Con su compañero de instituto no podía satisfacer sus inquietudes intelectuales mientras que Emma, estudiante de Bellas Artes, le aventaja en su bagaje cultural, algo que en un principio funciona como un elemento más al encandilamiento que padece pero que evidenciará sus diferencias en la segunda parte del film.


El enamoramiento es mostrado en su faceta más bella, con planos de las dos protagonistas cuyos rostros son golpeados por los rayos del Sol y crea un contraste entre la textura de sus pieles, así como establecen una armonía cromática los ojos azules de Emma y el color de su pelo con el blanco de su piel y el marrón del cabello de Adèle y el de sus ojos con su piel más morena. Los escasos planos generales muestran una fotografía bien lograda en la que tiene cabida el uso casi impresionista de la luz con los verdes en exteriores. El resultado del nacimiento de este amor es el estallido de la pasión sexual, elemento muy presente en la película, mostrando el despertar sexual de Adèle en una larguísima escena de sexo pasional cuyas actrices protagonistas demuestran una entrega digna de todo halago.  Dicha pasión sigue presente en sus vidas en las secuencias posteriores que muestran de nuevo el inicio de una relación, cómo conocen la familia de cada una de ellas o acuden a manifestaciones activistas de LGBT.


 A partir del capítulo 2, mediante una elipsis en la que Emma cambia el color de su cabello al rubio y Adèle ya ha acabado sus estudios y es profesora de niños pequeños, asistimos a la fiesta que organiza esta primera en su casa invitando a sus compañeros del gremio. Mientras Emma y sus amigos hablan de temas trascendentales, o de la obra pictórica de Egon Schielle y Gustave Kilmt, Adèle tan solo se limita a servir cava y spaguettis a los invitados, sintiéndose perdida e insegura dominada por una frustrante descolocación. Toda esta escena la observa Pandora desde una pantalla gigante donde se proyecta el film mudo expresionista de Pabst, advirtiendo de lo que vendrá de ahora en adelante. La noche se cierra con la conversación clave entre las dos amantes, mientras Adèle se lamenta de no haberse sentido cómoda ante sus compañeros, casi limitándose a ser la chica que hace la cena y sirve a los invitados, Emma le insta a desarrollar sus capacidades intelectuales. A Adèle le gusta leer, sin embargo, no lee filosofía como Emma. Adèle cae en la autocomplacencia, en el arte de no complicarse la vida, en el conformismo y en la falta de motivaciones profesionales. Su felicidad se estanca en su relación con Emma, la cual empieza a sufrir por su falta de reconocimiento y en la necesidad de tener a su lado a alguien con unas inquietudes mayores que las de su amante. Como resultado de eso tenemos la abrupta decadencia de la pasión sexual materializado en el intento fallido de Adèle de tener sexo esa misma noche con su novia.


El abandono paulatino de la pasión obliga a Adèle a abrir nuevas fronteras y acabar entregándose a uno de sus compañeros de trabajo desembocando la fatídica discusión que rompe por completo la pareja. De nuevo los primeros planos reforzados por el obligado trabajo de sustentar la película que tienen las actrices origina un torrente de emociones en la cual el espectador puede verse abatido sin saber del todo bien a favor de quien posicionarse.  Todavía más angustioso es el encuentro después de la discusión, tras una elipsis en la que se da entender que ha pasado un tiempo prudencial tras el conflicto. Emma ha superado su enamoramiento y ha rehecho su vida con una persona que la llena en el aspecto intelectual, pero no en el sexual como lo hace Adèle. De nuevo renace la pasión entre ambas pero Emma decide posicionar el compromiso laboral y familiar al desenfreno amoroso, abatiendo a Adèle y haciéndola caer en la peor de las desgracias. Todo ello mostrando al espectador el lloro inevitable de Adèle con una crudeza y una cercanía pocas veces vistas en la gran pantalla.

Por último Adèle visita la exposición de Emma, la cual ha logrado su sueño de exponer su obra, viéndose realizada com artista. A su vez, observa como no solamente se siente realizada profesionalmente sino en lo personal y amoroso. Por primera vez se siente libre, una libertad amarga que nace de su concepción de si misma como ente separado de Emma. Toma consciencia de lo dañino y sobre todo inútil que es seguir encandilada de la que fue su único amor, de las puertas que le cierra, de la imposibilidad de ser feliz mientras la losa de su amor no correspondido caiga sobre ella. Con la mirada más triste de la historia abandona ese lugar que nunca comprendió y se aleja por voluntad propia de la cámara, la cual va a dejar de seguirla porque aquí se acaba el film. Un chico al que conoció en la fiesta del principio del segundo capítulo la sigue sin encontrarla, son las nuevas ventanas que se le abren, y Adèle, aunque se ha marchado, está dispuesta a sanarse asi misma para no dejar escapar ningún otro tren en el futuro.


Luis Suñer