sábado, 26 de agosto de 2017

Anatahan (1953) La saga de Anatahan


Director: Josef von Sternberg

Guion: Josef von Sternberg sobre una novela de Michiro Maruyama

Sinopsis: Siete soldados japonenes naufragan durante la IIGM en una isla del Pacífico donde tan solo viven un hombre y la que creen su sensual esposa. La disciplina y la moralidad se acaban resintiendo cuando con el paso del tiempo algunos de ellos empiezan a ansiar tanto el poder como a la mujer.

“Todo lo que se necesita en una película es una arma y una mujer”. Esta mítica frase de Jean-Luc Godard podría definir a la perfección la acción narrativa de una cinta que tras la desaparición de ambos elementos, admite ella misma la falta de interés en la historia optando por la elipsis que la lleva a su epílogo. Hablamos de Anatahan, el penúltimo largometraje del cineasta norteamericano de origen austríaco Josef von Sternberg. Un proyecto que realizó al sentirse agotado del sistema hollywoodiense dirigiendo desde un estudio de Kyoto esta apuesta de Daiwa. Basada en una novela de Michiro Maruyama, von Sternberg no solo dirige, sino que escribe, fotografía y pone voz a esta cinta que aúna la tradición fílmica estadounidense y la visceralidad del carácter nipón en la ficción literaria. 
La apuesta formal de esta cinta resulta cuanto menos arriesgada. El cineasta opta por el clasicismo reinante de las últimas décadas en la hegemonía cinéfila mundial procedente de Estados Unidos. Al mismo tiempo, asienta esa imperiosa necesidad de excederse en pantalla con el barroquismo de lo exótico. Así pues, no duda en copar cada imagen de mil detalles sobresaturando y recargando cada una de las distintas secuencias. Pero sin duda, el elemento que distingue este filme de cualquier otro acercamiento a parajes desconocidos y escapistas de la cinematografía de aquella época, es el rodar la cinta japonés. Y es que los personajes nipones hablan en su idioma, sin necesidad de doblar ni subtitular sus impresiones. La solución que propone el cineasta es la de acompañar la narración con su propia voz en off; actuando de narrador en primera persona que, sin relevar cuál de los personajes secundarios es, utiliza el poder de la palabra literaria recitada para hacernos comprender el desarrollo de la acción.  El acertado resultado de este engranaje discursivo no nos extraña si conocemos la valía del director en el campo del cine mudo. Su virtuosismo en cintas tan destacables como Los muelles de Nueva York (1928) demuestra que es capaz de utilizar a sus actores de tal manera que sus acciones sean comprensibles para el espectador sin necesidad de comprender lo que dicen. En este caso por las limitaciones de un sonoro aun no explotado, y en el de Anatahan por el idiomático.
Anatahan nos transporta a pleno 1944 para presentarnos la historia de unos soldados nipones perdidos en una isla desierta del Pacífico. Allí encontrarán a una pareja afincada por los pormenores de la guerra. Un hombre autoritario y receloso llamado Kusakabe y Keiko, una mujer que levanta las pasiones más animales del regimiento. Jugará Keiko el papel de mujer fatal, aquel que tanto le gustó darle von Sternberg a su musa Marlene Dietrich en filmes tan apabullantes como la alemana El ángel azul (1930). La actriz que da vida a este oasis de sensualidad en un terruño de tierra violento y masculinizado, será Akemi Negishi, descubierta por el cineasta en un club de cabaret nocturno y que, pese a no conseguir papeles protagonistas en su carrera de actriz posterior, apareció en cintas de pinky violence de los setenta o, sobre todo, en distintos largometrajes de Akira Kurosawa. Jugará el cineasta con la voluptuosidad de sus cuerpo desnudo en un precioso blanco y negro vista siempre como un objeto de deseo desde el voyeurismo. La predisposición a ser cortejada y la negativa de Kusakabe a que le arrebaten a su mujer, desatará una guerra despiadada entre quienes pese a no rendirse ante los estadounidenses, rompen el régimen de obediencia militar y utilizan las armas para conseguir sus objetivos. El filme se inclina en su segunda parte hacía la tragedia shakesperiana donde el sexo, el poder y la muerte, así como el aislamiento de la realidad, magnificará las pasiones de sus personajes. La pistola y la mujer bonita, a la que hacíamos referencia al inicio del texto, serán el elemento estético visible que actuará como punta del iceberg de una maldad humana que habita dentro de nosotros mismos. 




Luis Suñer