viernes, 31 de octubre de 2014

La vida de Adèle 2013



Director: Abdellatif Kechiche

Guión: Abdellatif Kechiche, Ghalya Lacroix (Novela gráfica: Julie Maroh)

Nacionalidad: Francia

SinopsisAdèle (Adèle Exarchopoulos) tiene quince años y sabe que lo normal es salir con chicos, pero tiene dudas sobre su sexualidad. Una noche conoce y se enamora inesperadamente de Emma (Léa Seydoux), una joven con el pelo azul. La atracción que despierta en ella una mujer que le muestra el camino del deseo y la madurez, hará que Adèle tenga que sufrir los juicios y prejuicios de familiares y amigos. 


La vida de Adèle no solo se hizo con la palma de oro en Cannes en 2013 sino que creó un revuelo entre los críticos situándola como una de las más potentes películas de los últimos años. La polémica sobre las escenas sexuales retratadas de manera muy explícita así como las quejas que tuvo Léa Seydoux sobre el director Abdellatif Kechiche, también sirvieron para crear expectación sobre este film.

La película se inicia en la adolescencia de Adèle, y desde sus inicios, somos continuamente golpeados por los primeros planos que inundan la pantalla. Se deja bien claro que no nos limitaremos a ver lo que hace Adèle sino que directamente seremos Adèle. Al espectador se le presenta de tal forma Adèle, con sus primeros planos donde vemos sus granos, vemos la salsa de tomate en sus sugerentes labios, vemos su mirada perdida e insegura, y consigue con ello introducírnosla por vía intravenosa de tal forma que seremos ella durante 180 minutos. Kechiche tirará de primeros planos imposibles, donde en ocasiones casi no se reconocerá lo que se está viendo. Observamos como la joven estudiante de bachiller hace cosas tan cotidianas como coger el autobus para ir al instituto, caminar por la calle o leer. ¿Hay algo más real que comer, dormir, masturbarse,  estar rodeada de niñas tontas en el instituto, gustarle a un chico y coquetear con el amor y el sexo? Adèle crece, experimenta, vive y el espectador asiste a ello de una forma tan real… Tan real como real nos parece su enamoramiento o su enfrentamiento con sus compañeros de clase.

Tras experimentar con un primer chico, con el que mantiene una relación sexual que no es del todo satisfactoria, Adèle conoce a Emma, cuya cabello azul aparece como un distintivo que simboliza a su vez la sorpresa que representa el fijarse sexualmente en aquello que hasta el momento no seguía los cánones de la normalidad. Pero el enamoramiento de Adèle no concierne en absoluto a los factores de la identidad sexual, ella busca una persona de la que sentir cierta admiración. Con su compañero de instituto no podía satisfacer sus inquietudes intelectuales mientras que Emma, estudiante de Bellas Artes, le aventaja en su bagaje cultural, algo que en un principio funciona como un elemento más al encandilamiento que padece pero que evidenciará sus diferencias en la segunda parte del film.


El enamoramiento es mostrado en su faceta más bella, con planos de las dos protagonistas cuyos rostros son golpeados por los rayos del Sol y crea un contraste entre la textura de sus pieles, así como establecen una armonía cromática los ojos azules de Emma y el color de su pelo con el blanco de su piel y el marrón del cabello de Adèle y el de sus ojos con su piel más morena. Los escasos planos generales muestran una fotografía bien lograda en la que tiene cabida el uso casi impresionista de la luz con los verdes en exteriores. El resultado del nacimiento de este amor es el estallido de la pasión sexual, elemento muy presente en la película, mostrando el despertar sexual de Adèle en una larguísima escena de sexo pasional cuyas actrices protagonistas demuestran una entrega digna de todo halago.  Dicha pasión sigue presente en sus vidas en las secuencias posteriores que muestran de nuevo el inicio de una relación, cómo conocen la familia de cada una de ellas o acuden a manifestaciones activistas de LGBT.


 A partir del capítulo 2, mediante una elipsis en la que Emma cambia el color de su cabello al rubio y Adèle ya ha acabado sus estudios y es profesora de niños pequeños, asistimos a la fiesta que organiza esta primera en su casa invitando a sus compañeros del gremio. Mientras Emma y sus amigos hablan de temas trascendentales, o de la obra pictórica de Egon Schielle y Gustave Kilmt, Adèle tan solo se limita a servir cava y spaguettis a los invitados, sintiéndose perdida e insegura dominada por una frustrante descolocación. Toda esta escena la observa Pandora desde una pantalla gigante donde se proyecta el film mudo expresionista de Pabst, advirtiendo de lo que vendrá de ahora en adelante. La noche se cierra con la conversación clave entre las dos amantes, mientras Adèle se lamenta de no haberse sentido cómoda ante sus compañeros, casi limitándose a ser la chica que hace la cena y sirve a los invitados, Emma le insta a desarrollar sus capacidades intelectuales. A Adèle le gusta leer, sin embargo, no lee filosofía como Emma. Adèle cae en la autocomplacencia, en el arte de no complicarse la vida, en el conformismo y en la falta de motivaciones profesionales. Su felicidad se estanca en su relación con Emma, la cual empieza a sufrir por su falta de reconocimiento y en la necesidad de tener a su lado a alguien con unas inquietudes mayores que las de su amante. Como resultado de eso tenemos la abrupta decadencia de la pasión sexual materializado en el intento fallido de Adèle de tener sexo esa misma noche con su novia.


El abandono paulatino de la pasión obliga a Adèle a abrir nuevas fronteras y acabar entregándose a uno de sus compañeros de trabajo desembocando la fatídica discusión que rompe por completo la pareja. De nuevo los primeros planos reforzados por el obligado trabajo de sustentar la película que tienen las actrices origina un torrente de emociones en la cual el espectador puede verse abatido sin saber del todo bien a favor de quien posicionarse.  Todavía más angustioso es el encuentro después de la discusión, tras una elipsis en la que se da entender que ha pasado un tiempo prudencial tras el conflicto. Emma ha superado su enamoramiento y ha rehecho su vida con una persona que la llena en el aspecto intelectual, pero no en el sexual como lo hace Adèle. De nuevo renace la pasión entre ambas pero Emma decide posicionar el compromiso laboral y familiar al desenfreno amoroso, abatiendo a Adèle y haciéndola caer en la peor de las desgracias. Todo ello mostrando al espectador el lloro inevitable de Adèle con una crudeza y una cercanía pocas veces vistas en la gran pantalla.

Por último Adèle visita la exposición de Emma, la cual ha logrado su sueño de exponer su obra, viéndose realizada com artista. A su vez, observa como no solamente se siente realizada profesionalmente sino en lo personal y amoroso. Por primera vez se siente libre, una libertad amarga que nace de su concepción de si misma como ente separado de Emma. Toma consciencia de lo dañino y sobre todo inútil que es seguir encandilada de la que fue su único amor, de las puertas que le cierra, de la imposibilidad de ser feliz mientras la losa de su amor no correspondido caiga sobre ella. Con la mirada más triste de la historia abandona ese lugar que nunca comprendió y se aleja por voluntad propia de la cámara, la cual va a dejar de seguirla porque aquí se acaba el film. Un chico al que conoció en la fiesta del principio del segundo capítulo la sigue sin encontrarla, son las nuevas ventanas que se le abren, y Adèle, aunque se ha marchado, está dispuesta a sanarse asi misma para no dejar escapar ningún otro tren en el futuro.


Luis Suñer 

jueves, 23 de octubre de 2014

Tokio Blues Noruwei no mori (Norwegian Wood) 2010


DirecciónTran Anh Hung

GuiónTran Anh Hung (Novela Haruki Murakami)

Nacionalidad: Japón

Sinopsis: Adaptación cinematográfica de la novela Tokio Blues de Haruki Murakami. Toru Watanabe recuerda su juventud amorosa y sexual en el Tokio tumultuoso de los sesenta.



Norwergian Wood, que en su edición española se decidió traducir por Tokio Blues, que quizás sonaba más comercial que el clásico de The Beatles, es sin duda alguna una de las novelas más vendidas del escritor nipón Haruki Murakami. Éxito de ventas, parece que el japonés, al igual que el actor estadounidense Leonardo Di Caprio, están condenados a ser el candidato favorito de Internet para ganar el Nobel y el Oscar respectivamente, viéndose año tras años superados por otros colegas de profesión.




Los personajes distantes, intimistas y misteriosos, de los cuales pocas veces se puede adivinar lo que están pensando, llevan mediante diálogos el devenir de un relato adornado por un atmósfera la cual expande Murakami gracias a la lírica de su prosa. No es fácil pues llevar a la gran pantalla la esencia de esta novela, por lo que el director vietnamita Tran Anh Hung, conocido internacionalmente por El olor de la papaya verde (1993), ha decidido traspasarla de una disciplina artística a otra utilizando las herramientas cinematográficas que mejor ha sabido usar en lo largo de su carrera como cineasta.  Los travellings que vienen siendo habituales en él, siguen a los personajes en un seguido de planos secuencia donde los elementos del paisaje, en la mayoría de ocasiones exteriores, dificultan la visión total de los jóvenes protagonistas, incomodando la mirada del espectador y ayudando a empatizar con el molesto silencio que no aclara nada acerca suyo.  La frialdad en las relaciones humanas, así como forma de enfrentarse a ellas, se vive desde una manera distante, fría, como refleja una fotografía donde abundan blancos y azules, convirtiendo escenas de pasión amorosa en un frío intercambio amatorio debido a la iluminación de dichas secuencias.


Tran Anh Hung decide transformar toda la poética literaria en visual, inundando el film de escenas preciosísimas contando con una fotografía prodigiosa que intenta transmitir la belleza melancólica que evoca el recuerdo de juventud, la mirada a un tiempo pasado donde los movimientos estudiantiles y la liberación sexual de sesenta revolucionó un país que sembraba los cimientos de una sociedad futura que superaba la posguerra.



Luis Suñer