Director: Abdellatif Kechiche
Guión: Abdellatif Kechiche, Ghalya Lacroix (Novela gráfica: Julie Maroh)
Nacionalidad: Francia
Sinopsis: Adèle (Adèle Exarchopoulos) tiene quince años y sabe que lo normal es salir con chicos, pero tiene dudas sobre su sexualidad. Una noche conoce y se enamora inesperadamente de Emma (Léa Seydoux), una joven con el pelo azul. La atracción que despierta en ella una mujer que le muestra el camino del deseo y la madurez, hará que Adèle tenga que sufrir los juicios y prejuicios de familiares y amigos.
La vida de Adèle no solo se hizo con la
palma de oro en Cannes en 2013 sino que creó un revuelo entre los críticos
situándola como una de las más potentes películas de los últimos años. La
polémica sobre las escenas sexuales retratadas de manera muy explícita así como
las quejas que tuvo Léa Seydoux sobre el director Abdellatif Kechiche, también
sirvieron para crear expectación sobre este film.
La película se
inicia en la adolescencia de Adèle, y desde sus inicios, somos continuamente
golpeados por los primeros planos que inundan la pantalla. Se deja bien claro
que no nos limitaremos a ver lo que hace Adèle sino que directamente seremos
Adèle. Al espectador se le presenta de tal forma Adèle, con sus primeros planos
donde vemos sus granos, vemos la salsa de tomate en sus sugerentes labios,
vemos su mirada perdida e insegura, y consigue con ello introducírnosla por vía
intravenosa de tal forma que seremos ella durante 180 minutos. Kechiche tirará
de primeros planos imposibles, donde en ocasiones casi no se reconocerá lo que
se está viendo. Observamos como la joven estudiante de bachiller hace cosas tan
cotidianas como coger el autobus para ir al instituto, caminar por la calle o leer.
¿Hay algo más real que comer, dormir, masturbarse, estar rodeada de niñas tontas en el
instituto, gustarle a un chico y coquetear con el amor y el sexo? Adèle crece,
experimenta, vive y el espectador asiste a ello de una forma tan real… Tan real
como real nos parece su enamoramiento o su enfrentamiento con sus compañeros de
clase.
Tras experimentar
con un primer chico, con el que mantiene una relación sexual que no es del todo
satisfactoria, Adèle conoce a Emma, cuya cabello azul aparece como un distintivo
que simboliza a su vez la sorpresa que representa el fijarse sexualmente en
aquello que hasta el momento no seguía los cánones de la normalidad. Pero el
enamoramiento de Adèle no concierne en absoluto a los factores de la identidad
sexual, ella busca una persona de la que sentir cierta admiración. Con su
compañero de instituto no podía satisfacer sus inquietudes intelectuales
mientras que Emma, estudiante de Bellas Artes, le aventaja en su bagaje
cultural, algo que en un principio funciona como un elemento más al encandilamiento
que padece pero que evidenciará sus diferencias en la segunda parte del film.
El enamoramiento
es mostrado en su faceta más bella, con planos de las dos protagonistas cuyos
rostros son golpeados por los rayos del Sol y crea un contraste entre la
textura de sus pieles, así como establecen una armonía cromática los ojos
azules de Emma y el color de su pelo con el blanco de su piel y el marrón del
cabello de Adèle y el de sus ojos con su piel más morena. Los escasos planos
generales muestran una fotografía bien lograda en la que tiene cabida el uso
casi impresionista de la luz con los verdes en exteriores. El resultado del
nacimiento de este amor es el estallido de la pasión sexual, elemento muy
presente en la película, mostrando el despertar sexual de Adèle en una
larguísima escena de sexo pasional cuyas actrices protagonistas demuestran una
entrega digna de todo halago. Dicha
pasión sigue presente en sus vidas en las secuencias posteriores que muestran
de nuevo el inicio de una relación, cómo conocen la familia de cada una de
ellas o acuden a manifestaciones activistas de LGBT.
A partir del
capítulo 2, mediante una elipsis en la que Emma cambia el color de su cabello
al rubio y Adèle ya ha acabado sus estudios y es profesora de niños pequeños,
asistimos a la fiesta que organiza esta primera en su casa invitando a sus
compañeros del gremio. Mientras Emma y sus amigos hablan de temas
trascendentales, o de la obra pictórica de Egon Schielle y Gustave Kilmt, Adèle
tan solo se limita a servir cava y spaguettis a los invitados, sintiéndose
perdida e insegura dominada por una frustrante descolocación. Toda esta escena
la observa Pandora desde una pantalla gigante donde se proyecta el film mudo
expresionista de Pabst, advirtiendo de lo que vendrá de ahora en adelante. La
noche se cierra con la conversación clave entre las dos amantes, mientras Adèle
se lamenta de no haberse sentido cómoda ante sus compañeros, casi limitándose a
ser la chica que hace la cena y sirve a los invitados, Emma le insta a
desarrollar sus capacidades intelectuales. A Adèle le gusta leer, sin embargo,
no lee filosofía como Emma. Adèle cae en la autocomplacencia, en el arte de no
complicarse la vida, en el conformismo y en la falta de motivaciones
profesionales. Su felicidad se estanca en su relación con Emma, la cual empieza
a sufrir por su falta de reconocimiento y en la necesidad de tener a su lado a
alguien con unas inquietudes mayores que las de su amante. Como resultado de
eso tenemos la abrupta decadencia de la pasión sexual materializado en el
intento fallido de Adèle de tener sexo esa misma noche con su novia.
El abandono
paulatino de la pasión obliga a Adèle a abrir nuevas fronteras y acabar
entregándose a uno de sus compañeros de trabajo desembocando la fatídica
discusión que rompe por completo la pareja. De nuevo los primeros planos
reforzados por el obligado trabajo de sustentar la película que tienen las
actrices origina un torrente de emociones en la cual el espectador puede verse
abatido sin saber del todo bien a favor de quien posicionarse. Todavía más angustioso es el encuentro después
de la discusión, tras una elipsis en la que se da entender que ha pasado un
tiempo prudencial tras el conflicto. Emma ha superado su enamoramiento y ha
rehecho su vida con una persona que la llena en el aspecto intelectual, pero no
en el sexual como lo hace Adèle. De nuevo renace la pasión entre ambas pero
Emma decide posicionar el compromiso laboral y familiar al desenfreno amoroso,
abatiendo a Adèle y haciéndola caer en la peor de las desgracias. Todo ello
mostrando al espectador el lloro inevitable de Adèle con una crudeza y una
cercanía pocas veces vistas en la gran pantalla.
Por último Adèle
visita la exposición de Emma, la cual ha logrado su sueño de exponer su obra,
viéndose realizada com artista. A su vez, observa como no solamente se siente realizada profesionalmente sino en lo personal y amoroso. Por primera vez se
siente libre, una libertad amarga que nace de su concepción de si misma como
ente separado de Emma. Toma consciencia de lo dañino y sobre todo inútil que es
seguir encandilada de la que fue su único amor, de las puertas que le cierra,
de la imposibilidad de ser feliz mientras la losa de su amor no correspondido caiga sobre ella. Con la mirada más triste de la historia abandona ese lugar
que nunca comprendió y se aleja por voluntad propia de la cámara, la cual va a
dejar de seguirla porque aquí se acaba el film. Un chico al que conoció en la
fiesta del principio del segundo capítulo la sigue sin encontrarla, son las
nuevas ventanas que se le abren, y Adèle, aunque se ha marchado, está dispuesta
a sanarse asi misma para no dejar escapar ningún otro tren en el futuro.
Luis Suñer
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