Director: Nagisa Oshima
Guión:Nagisa Oshima
Nacionalidad: Japón
Sinopsis: El título
original de este film era "El chico que vendía palomas", pero los
productores lo cambiaron por "Calle de amor y esperanza", contra los
deseos del director. Un joven llamado Masao, huérfano de padre, vive con su
madre enferma y su pequeña hermana. Para mantener a su familia, Masao trabaja
como limpiabotas y como vendedor de palomas. Como son palomas mensajeras,
vuelven con él una y otra vez de modo que puede revenderlas.
¡Cuán diferentes
pueden llegar a ser la cultura occidental y la oriental y qué bien se pueden
correlacionar en el cine! Eso es lo que podríamos llegar a pensar si entendemos, en relación al cine europeo del momento, el nacimiento de esta ópera prima de uno de los más importantes cineastas
japoneses que abanderó el movimiento de la nueva ola japonesa junto a otros
grandes como el dos veces ganador de la Palma de Oro en Cannes Shoei Inamura.
En pleno año
1959, el crítico de Cahiers du cinéma
François Truffaut se hace con el premio al mejor director en el Festival Cannes
con Los 400 golpes, filme casi intermediario
entre las ruinosas penalidades de las clases bajas del neorrealismo italiano y
la intelectualidad y la libertad de las formas de la Nouvelle
Vague. Dicha película relata las aventuras del
adolescente Antoine Doinel, quien viéndose despavorido en un entorno hostil,
opta por rebelarse contra el poder establecido personalizado en dos
instituciones represoras como son la
Familia y la Educación.
Por otro lado, la película que hoy nos atañe, también fechada
en el mismo año, nos narra la historia de un adolescente claramente
desfavorecido por las circunstancias que le acompañan. Se trata del joven
Masao, quien malvive en una casa de mala muerte junto a su madre enferma y a su
hermana pequeña. Oshima, mediante un formato panorámico, rico en juegos de luces
y sombras en blanco y negro y con una imagen de lo más pulcra, algo tosco en el montaje pero siempre acertado con la música y el crecendo de la tensión dramática que sus inicios podría antojarse algo fría, trata de
establecer un paralelismo entre dos realidades que generalmente se ignoran,
aunque a veces se relacionen, como es el caso de la historia que trata de
contarnos. Puede sonar tópico o naïf,
pero El chico que vendía palomas, al
fin y al cabo, trata de evidenciar en imágenes la historia de una superación de
la posguerra y crecimiento económico tras la intervención estadounidense que ha
originado incipientes desigualdades aceptadas e interiorizadas entre los
ciudadanos de la gran urbe. Con una clara influencia del neorrealismo italiano,
conoceremos el funcionamiento de las tres clases resultantes del caldo de
cultivo de estos años, por un lado un niño que se ve en la inmoral tentativa de
ingeniar un método de engaño entre sus estafados para conseguir el dinero que
necesita para mantener a su familia a la vez que su madre limpia zapatos de las
clases burguesas mientras se somete arrodillada sin recibir si quiera una
simple mirada por parte del cliente, por otro lado la maestra de instituto que
se mantiene en una clase media e intenta escalar posiciones acercándose al hijo
del gran empresario pero que se decanta por la necesidad moral de ayudar a los
desfavorecidos que más lo necesitan, y por último, la hija mantenida de dicho
empresario, quien, con ayuda de la profesora, es la primera en romper estas
barreras invisibles que dividen a la sociedad y decide dejarse llevar por los
sentimientos humanos con la intención de cambiar las cosas, dejando entrever
que la sociedad japonesa dista mucho de ser algo minímamente justo.
Resulta
interesante, regresando al Antoine Doinel de Truffaut, observar los dos modos
de aceptar la podredumbre si lo comparamos con Masao, mostrando el estamento
familiar como un valor innegociable en la cultura japonesa, entendiendo el
sacrificio por los seres humanos como uno de los pilares fundamentales de su
cultura, y quien sabe, si como mecanismo que intenta resetear o modificar el
funcionamiento social desde el colectivo, huyendo de la individualidad, aunque,
lamentablemente, despidiéndose de cualquier atisbo de libertad personal.
Luis Suñer
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