lunes, 1 de junio de 2015

Môjû (La bestia ciega) 1969

Director: Yasuzo Masumura

Guión: Yoshio Shirasaka

Nacionalidad. Japón

Sinopsis Un escultor ciego obsesionado con la "belleza" de la piel femenina, Michio (Eiji Funakoshi), vive recluido junto a su madre (Noriko Sengoku) en un estudio lleno de reproducciones parciales o totales de mujeres. Decidido a crear su obra magna, secuestra a una bella modelo, Aki (Mako Midori), y la retiene hasta que esta accede a posar para él.


Si las temáticas que abordó el cine japonés hasta los sesenta se caracterizaban por lograr hacer florecer las pasiones humanas más potentes dentro de un relato clásico, no pudo ser menos histérico y perturbador cuando los cineastas que tomaban el relevo a los Ozu, Mizoguchi o Naruse, abrazaron lo que pasó a llamarse como nueva ola japonesa. Las nuevas formas de teorizar e incidir en las emociones y los conceptos que preocupan a los directores relegando la importancia del relato en sí y valiéndose de formas más libres que se desligan de los cánones establecidos, nos dejó para la posteridad obras tan complejas en su concepción como humanamente sensibles en el espectador como lo son por citar algunos ejemplos La mujer de la arena (1964) o El rostro ajeno (1966) que nos brindó Hiroshi Teshigahara.

                               La mujer de la arena (1964) El rostro ajeno (1966)

Yasuzo Masumura no se queda atrás. En su obra más realista Red Angel (1966) nos mostraba una visión de la segunda guerra sinojaponesa vista desde una enfermera que padece el horror de las mutilaciones y la banalización del valor de la vida humana. Y en medio de un relato tan descorazonador y vergonzante para con el ser humano, logra aumentar su valía mediante el erotismo de unas imágenes tristemente bellas, incidiendo en el valor del sexo como desahogo corporal y psicológico al encuentro diario con la muerte. También de 1966 será su obra Irezumi (Tatuaje), donde el erotismo volverá a jugar un papel clave, esta vez ligada a la maldad y a las peores debilidades del alma humana. 

                                  El erotismo en  Red Angel (1966) Irezumi (1966)

Ya en 1969 firmará la obra que hoy abordamos, La bestia ciega, donde el director nipón parece poder optar al fin por abandonarse a sus deseos más ocultos y a poder filmar sin miedo a elaborar una narración convencional los sentimientos humanos que a él le interesan. Así pues nos sumergimos en una historia sin ningún atisbo de querer ofrecer un relato realista. Con tan solo tres personajes y tres espacios elaborará el tratado que quiere contar, ocupando la mayor parte del metraje el taller del artista ciego que secuestra  a la bella y caprichosa joven. Dicho taller, espléndidamente oscurecido, es adornado por gigantescas esculturas de descuartizadas partes humanas de la fisonomía femenina. Con un aire a la pesadillesca escena de Recuerda de Hitchock donde cuenta con Dalí para dar forma tan oníricas escenas, será este el lugar donde se empezarán a conocer las diferentes preocupaciones vitales de los tres protagonistas, una joven raptada que adopta una actitud de itgirl sabiendo usar su cuerpo para sacar partido de los hombres, un artista ciego que postula el tacto como la forma definitiva en el arte y la sobreprotectora madre de éste, quien ayudará su hijo con tal de que finalice su obra de arte definitiva.


Una vez sumergidos en tan claustrofóbico y terrorífico espacio, las ideas más teóricas y físicas de los protagonistas salen a relucir. Viviremos un enfrentamiento entre la madre y la forzada intrusa que intentará ganarse el amor del ciego. Se deja entrever, de manera algo explícita, una relación casi incestuosa entre madre e hijo, madre la cual es acusada de querer suplantar con su hijo la figura del marido muerto. A su vez, el recelo provocado por la no sexualidad que ésta no le puede ofrecer, surgen unos conflictos de intereses entre los tres abocados a la inevitable resolución violenta. Como consecuencia de ello asistiremos a una mutación en el género del filme, tomando por última instancia los derroteros del erotismo, apelando a la sensibilidad del espectador, inmiscuyéndose en el poder del amor y del sexo, del tacto y del sadomasoquismo, fusionando la concepción artística del tacto con la pura sexualidad que muta en el descubrimiento de los placeres del cuerpo. Dicha sincronización entre la teoría y la práctica se traduce de manera fílmica gracias a un montaje paralelo que acaba por mostrar la derrota del arte en pos de la realidad, poniendo por delante los sentimientos más veraces por encima de la mera representación, jugando con el espectador ofreciéndole de manera fílmica lo que los personajes experimentan, algo que podría llamarse el descubrimiento del imperio de los sentidos.



El resultado de todo esto es un romance críptico, una introspección a los placeres más ocultos que puede infringir a través del tacto el ser humano. A su vez, una reflexión sobre los roles adoptados dependiendo de las circunstancias, una visión de la sexualidad  atada a las exigencias del ahora y una lucha cíclica e inevitable que une el erotismo y la muerte y en la que no se sabe muy bien quien gana y quien pierde, o si mismamente forman parte de un todo.




Luis Suñer

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