Guión: Yoshio Shirasaka
Nacionalidad. Japón
Sinopsis: Un escultor ciego obsesionado con la "belleza" de la piel femenina, Michio (Eiji Funakoshi), vive recluido junto a su madre (Noriko Sengoku) en un estudio lleno de reproducciones parciales o totales de mujeres. Decidido a crear su obra magna, secuestra a una bella modelo, Aki (Mako Midori), y la retiene hasta que esta accede a posar para él.
Si las temáticas
que abordó el cine japonés hasta los sesenta se caracterizaban por lograr hacer
florecer las pasiones humanas más potentes dentro de un relato clásico, no pudo
ser menos histérico y perturbador cuando los cineastas que tomaban el relevo a
los Ozu, Mizoguchi o Naruse, abrazaron lo que pasó a llamarse como nueva ola
japonesa. Las nuevas formas de teorizar e incidir en las emociones y los
conceptos que preocupan a los directores relegando la importancia del relato en
sí y valiéndose de formas más libres que se desligan de los cánones
establecidos, nos dejó para la posteridad obras tan complejas en su concepción
como humanamente sensibles en el espectador como lo son por citar algunos
ejemplos La mujer de la arena (1964)
o El rostro ajeno (1966) que nos
brindó Hiroshi Teshigahara.
La mujer de la arena (1964) El rostro ajeno (1966)
Yasuzo Masumura
no se queda atrás. En su obra más realista Red
Angel (1966) nos mostraba una visión de la segunda guerra sinojaponesa
vista desde una enfermera que padece el horror de las mutilaciones y la banalización
del valor de la vida humana. Y en medio de un relato tan descorazonador y
vergonzante para con el ser humano, logra aumentar su valía mediante el
erotismo de unas imágenes tristemente bellas, incidiendo en el valor del sexo
como desahogo corporal y psicológico al encuentro diario con la muerte. También
de 1966 será su obra Irezumi (Tatuaje),
donde el erotismo volverá a jugar un papel clave, esta vez ligada a la maldad y
a las peores debilidades del alma humana.
El erotismo en Red Angel (1966) Irezumi (1966)
Ya en 1969
firmará la obra que hoy abordamos, La
bestia ciega, donde el director nipón parece poder optar al fin por
abandonarse a sus deseos más ocultos y a poder filmar sin miedo a elaborar una
narración convencional los sentimientos humanos que a él le interesan. Así pues
nos sumergimos en una historia sin ningún atisbo de querer ofrecer un relato
realista. Con tan solo tres personajes y tres espacios elaborará el tratado que
quiere contar, ocupando la mayor parte del metraje el taller del artista ciego
que secuestra a la bella y caprichosa
joven. Dicho taller, espléndidamente oscurecido, es adornado por gigantescas
esculturas de descuartizadas partes humanas de la fisonomía femenina. Con un
aire a la pesadillesca escena de Recuerda
de Hitchock donde cuenta con Dalí para dar forma tan oníricas escenas, será
este el lugar donde se empezarán a conocer las diferentes preocupaciones
vitales de los tres protagonistas, una joven raptada que adopta una actitud de itgirl sabiendo usar su cuerpo para
sacar partido de los hombres, un artista ciego que postula el tacto como la
forma definitiva en el arte y la sobreprotectora madre de éste, quien ayudará
su hijo con tal de que finalice su obra de arte definitiva.
Una vez
sumergidos en tan claustrofóbico y terrorífico espacio, las ideas más teóricas
y físicas de los protagonistas salen a relucir. Viviremos un enfrentamiento
entre la madre y la forzada intrusa que intentará ganarse el amor del ciego. Se
deja entrever, de manera algo explícita, una relación casi incestuosa entre
madre e hijo, madre la cual es acusada de querer suplantar con su hijo la
figura del marido muerto. A su vez, el recelo provocado por la no sexualidad
que ésta no le puede ofrecer, surgen unos conflictos de intereses entre los
tres abocados a la inevitable resolución violenta. Como consecuencia de ello
asistiremos a una mutación en el género del filme, tomando por última instancia
los derroteros del erotismo, apelando a la sensibilidad del espectador,
inmiscuyéndose en el poder del amor y del sexo, del tacto y del sadomasoquismo,
fusionando la concepción artística del tacto con la pura sexualidad que muta en
el descubrimiento de los placeres del cuerpo. Dicha sincronización entre la
teoría y la práctica se traduce de manera fílmica gracias a un montaje paralelo
que acaba por mostrar la derrota del arte en pos de la realidad, poniendo por
delante los sentimientos más veraces por encima de la mera representación,
jugando con el espectador ofreciéndole de manera fílmica lo que los personajes
experimentan, algo que podría llamarse el descubrimiento del imperio de los
sentidos.
El resultado de
todo esto es un romance críptico, una introspección a los placeres más ocultos
que puede infringir a través del tacto el ser humano. A su vez, una reflexión
sobre los roles adoptados dependiendo de las circunstancias, una visión de la
sexualidad atada a las exigencias del
ahora y una lucha cíclica e inevitable que une el erotismo y la muerte y en la
que no se sabe muy bien quien gana y quien pierde, o si mismamente forman parte
de un todo.
Luis Suñer
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