Director: Mikio
Naruse
Guión: Ryuzo Kikushima
Nacionalidad: Japón
Sinopsis: Keiko acaba de quedarse viuda y tiene que valerse por sí misma. Encuentra un empleo como anfitriona en un local de Tokio, pero además de cubrir sus propios gastos debe ayudar económicamente a un hermano enfermo y sin trabajo. Tras seducir a un rico cliente, una joven geisha deja el trabajo, cosa bastante habitual. En cambio, Keiko, que desea honrar la memoria de su marido, se niega a relacionarse con los ricos clientes de la casa.
Guión: Ryuzo Kikushima
Nacionalidad: Japón
Sinopsis: Keiko acaba de quedarse viuda y tiene que valerse por sí misma. Encuentra un empleo como anfitriona en un local de Tokio, pero además de cubrir sus propios gastos debe ayudar económicamente a un hermano enfermo y sin trabajo. Tras seducir a un rico cliente, una joven geisha deja el trabajo, cosa bastante habitual. En cambio, Keiko, que desea honrar la memoria de su marido, se niega a relacionarse con los ricos clientes de la casa.
Cuando queremos
dirigir nuestra mirada hacia el papel del género femenino en la sociedad
japonesa de la mitad del siglo XX, nos viene a la mente los dramas sociales del
inconmensurable Kenji Mizoguchi. Películas como Los músicos de Gion (1953) o
La calle de la vergüenza (1956), nos muestran una realidad contemporánea
del momento donde el universo de las geishas y la prostitución parecen
tambalearse erigiéndose un seguido de figuras femeninas impetuosamente luchadoras
que emprenden una batalla a priori perdida contra las mujeres que se dejen
dominar y contra una sociedad liderada por hombres que mantienen en estado de subyugación
al sexo femenino. Y sin embargo, esta no
parece ser la única voz crítica con la situación vivida en aquel momento. Mikio
Naruse, el cuarto gran nombre del cine clásico japonés a la sombra tan solo de
leyendas como Akira Kurosawa, Yasujiro Ozu y el ya mentado Kenji Mizoguchi, se
vale de un estilo adoptado casi del Hollywood clásico cuya dirección se basa en
una potentísima fotografía panorámica en blanco y negro y planos fijos para
dotar de toda la mayor importancia y énfasis a un guión que funciona a la
perfección gracias a unas actuaciones apabullantes de gran parte del reparto.
La película a la
que nos referimos hoy dentro de la extensa filmografía del director nipón, es Cuando una mujer sube la escalera
(1960), un relato desolador sobre una mujer viuda que se gana la vida como
mujer de compañía (en el buen sentido de la palabra) prostituyendo su tiempo y
falseando sus verdaderas emociones con tal de agradar a los hombres y seducir
su impulso de consumir. Tras la muerte de su marido, al que siente no haber
amado como este se merecía en vida, se promete huir del amor pasional lo que le
lleva a esconder sus verdaderos sentimientos hacia quien regenta el negocio,
un Tetsuya Nakadai en un registro más
calmado y comedido de lo normal, mostrándose hierático y liberando sus
verdaderas emociones al espectador en pequeñas dosis a medida que avanza el
metraje.
Si por algo
destaca este filme, no es tan solo por el lado en el que apela a la fuertes
sentimientos reprimidos, es también porque deambula, apunta, dispara y destapa
todo un seguido de males endémicos focalizados en el papel de la mujer en la
sociedad y la importancia del dinero. Mamá, que es así como se llama la
protagonista, tiene que lidiar con compañeras de trabajo con mucha más
consciencia (o más bien con menos escrúpulos a la hora de utilizar sus armas)
de itgirl capaz de manejar el control
de los hombres. Mientras el papel de estas mujeres se supone que es el de
engañar a los hombres con mentiras y falsos halagos interesados, Mamá vive poco
a poco una situación inversa, siendo engañada por todo tipo de hombres que tan
solo encuentran en ella un divertido juguete de amabilidad emocional y sexual.
A su vez, el convertirse mediante su empleo en una mujer de dinero, la perderá
en la búsqueda incesante de salir de su propio universo construyéndose uno
propio, comprando un local que ella misma regente fortaleciendo con ello tanto
su dignidad moral como su propia liberación personal. No podrá sin embargo repeler la incesante
aproximación de una familia fracasada que repudia su trabajo pero que no le
hace ascos a un dinero que no tienen reparo en arañar cualquier resquicio que
les permite apelar a la debilidad de su carácter con tal de conseguir bienes
económicos.
La consecuencia
de todo esto será un canto a la dignidad y a la realización personal de la
mujer sacrificada que, como ya apuntaba en los filmes anteriormente mocionados
de Mizoguchi, está cada vez más cerca de tomar una auténtica consciencia de si
misma y por ende luchar y elevarse como
una realidad emergente destinada a cambiar el rumbo de una nación.
Luis Suñer
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