martes, 17 de marzo de 2015

Inherent Vice de Paul Thomas Anderson y El grito de Munch


Cuando la esencia del artista es la de ahondar en la profundidad de las vivencias humanas y en reforzar ideas, en ocasiones, el contexto necesario para mostrarlas deviene un obstáculo. Así lo entendieron los impresionistas, postimpresionistas, fauvistas y expresionistas de finales del XIX y principios del XX. Edvard Munch así lo hizo para mostrar el desconsuelo, la tristeza, el desamparo y la desesperación de estar rodeado en un mundo que se torna subjetivamente irreal, ingrávido y vertiginoso. De la misma manera parece moverse Doc Sportello, salvo que mientras su espacio en ese instante preciso se mantiene rígido, podemos advertir por su posado que no soporta la amarga infelicidad de la incomprensión del mundo que le rodea. Y no lo vemos en esa escena casi final, pero sí durante el periplo en este ejercicio en el que Paul Thomas Anderson, un siglo después que sus colegas artistas de carácter pictórico, se deshace, al igual que ellos, de lo realista para inmiscuirse en lo personal. En el caso del norteamericano, presenta un sinfín de situaciones que no forman un guión lineal muy coherente, pero que nos invitan a naufragar por las preocupaciones de su personaje principal.


El resultado de todo esto es la claridad del mensaje valiéndose de la forma sin tener que someterle a los caprichos de lo verídico y lo terrenal. Godard afirmaba que el cinematógrafo llevaba un siglo de retraso respecto a las demás artes. Su Adiós al lenguaje supone una obra más radical, afirmando incluso odiar a los personajes. Paul Thomas Anderson no busca algo tan intelectual, se distancia del arte conceptual para rendirse a los drogados trazos de los expresionistas, distorsionando la realidad y buscando el impacto sensorial, extrayendo pura vivacidad de su obra.



Luis Suñer

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