Director: Kozaburo Yoshimura
Guión: Kaneto Shindo
Nacionalidad: Japón
Sinopsis: Tras
Demasiado poco
se ha hablado de un director del talento de Kozaburo Yoshimura, un cineasta de izquierdas el cual a la hora
de plasmar su universo cinematográfico a la gran pantalla siempre contó con la
inestimable ayuda del por entonces tan solo guionista pero posteriormente
reputadísimo director Kaneto Shindo, con quien guardaba parentesco siendo
hermanos políticos.
En Genji Monogatari (1951), película que
tenéis la oportunidad de visualizar online
en YouTube, podemos gozar de una
dirección asombrosa, emulando incluso al mismísimo Kenji Mizoguchi tanto en el
uso de los plano secuencia y de los travellings
ensanchando el espacio (y en el caso de Yoshimura moviendo la cámara en
forma de L y mostrando una puesta en escena que demuestra la organización de la
escenografía más allá de las cuatro paredes que encierran el plano), a la
fusión en la misma escena de lo real con lo fantasioso, forjando una belleza
formal en la plasticidad de las imágenes en todos y cada uno de los minutos del
metraje. Sin embargo, mientras que el trabajo del director no puede ser más
loable, la adaptación que hace el guionista Kaneto Shindo de la historia
narrada escrita hace más de mil años, no puede dejar de resultar algo tópica,
creando cierta descompensación entre forma y contenido.
No es el caso de
la película que hoy abordamos, El baile
en la casa Anjo, donde Shindo ha tenido plena libertad a la hora de
articular un guión que esconde diversas mutaciones y desvela diferentes
informaciones a medida que avanza el metraje llegando a recordar vagamente al
iraní Asghar Farhadi, autor de la galardonada con el Oso de Oro en Berlín y el
Oscar a mejor película de habla extranjera Nader
y Simin, una separación (2011). Mientras la dirección de Yoshimura se mueve
entre los clásico y los movimientos que acentúan la importancia de los objetos
y los golpes de efecto en los personajes, siendo casi un prefacio al que aun le
falta mucha pericia y técnica por desarrollar de la mentada Genji Monogatari, El baile en la casa Anjo, película filmada durante la ocupación
estadounidense y el desencanto social por la pérdida de la guerra, se erige
como un filme cruel y mordaz con la sociedad acomodada de un tiempo.
La estrella Setsuko
Hara, eterno rostro femenino ligado a la filmografía de Yasujiro Ozu, sustenta
sobre ella todo el declive de una familia aristócrata disfuncional venida a
menos. En su último intento por elevar el nombre de los Anjo, convence a su
padre de celebrar un baile para despedirse de la mansión en la que viven y que
van a perder por culpa de las deudas. Será dicho baile donde se gestará un
sinfín de catarsis individuales y colectivas que mostrarán los males más
inefables de la inmundicia de las miserias humanas. El único hermano varón se
enfrentará a su más que explícita misoginia, mientras que la hermana mayor,
vivirá con hastío y con falta de resignación su nueva posición alejada de la
nobleza, hiriendo los sentimientos de quien ha cumplido el sueño capitalista y
ha obtenido el reconocimiento económico que ella ha perdido a base de trabajar.
No menos malparada saldrá la figura paterna, quien sufrirá el desengaño de una
amistad fallida basada en mentiras, engaños y aprovechamientos de su situación
social. La sumisión de los que nunca han dudado en revelarse a las órdenes del
patrón acabarán por convertirse en muestras de las verdadera amistad, a su vez,
la nueva condición social propiciará el devenir del deseo amoroso, formalizando
una relación hasta el momento imposibilitada por el cuchicheo de las altas
esferas.
Tras un ir y
venir de diferentes situaciones y personajes, cada uno de ellos encontrándose
consigo mismo y enfrentándose a los demás, los distintos protagonistas acabarán
por volcarse en las búsqueda de nuevas inquietudes, abriendo nuevos caminos
cargados de esperanza y fundiéndose con las nuevas ideas japoneses emergentes
del momento que abogaban por superar la derrota de la guerra ante los
estadounidenses y mirar adelante para forjar un nuevo destino aprendiendo de
sus propios errores. La deliciosa música
compuesta por Chûji Kinoshita unida a las poderosas imágenes que
acompañan al acercamiento a una ventana que abre miles de oportunidades, serán
el colofón final de este alegato tan personal que nos regala Yoshimura.
Luis Suñer
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