Director:
Kiesuke Kinoshita
Guion: Keisuke
Kinoshita
Nacionalidad:
Japón
Sinopsis:
1928. En la idílica isla rural de Shodoshima, la joven, brillante y motivada
maestra Hisaki Oishi empieza por primera vez su tarea de profesora a cargo de
doce niños de primaria, los inocentes y entrañables veinticuatro ojos que la
mirarán en su primer año formativo de escuela. Al principio, los métodos de
enseñanza poco ortodoxos de la nueva maestra y su moderna visión de chica de
ciudad provocan cierto recelo en la comunidad pero pronto niños y adultos caen
bajo su irresistible encanto. Al cabo de los años, la inminente guerra cambiará
sus vidas para siempre...
Muchos conocerán
la visceral película de Shohei Imamura La
balada de Narayama, un filme de 1989 que se hizo con la Palma de Oro en Cannes en el
certamen galo de aquel mismo año. Una visión terrenal y cercana al despertar de
las pasiones humanas que supone la evolución de un pueblo apartado que sobrevive
a las inclemencias de un entorno hostil. Un tono muy distinto es el que utilizó
en la obra original el director del que hablaremos hoy, Keisuke Kinoshita, cuya
La balada de Narayama de 1958 se
aleja mucho del modo de abordarla del representante de la nueva ola japonesa
anteriormente mentado. Gozando de la posibilidad de poder rodar en panorámico y
a color, decide impregnar todo el relato de un halo que demuestra lo ficcionado
de la obra, evidenciando el artificio y por lo tanto su esencia de cuento. Para
ello se basa en los colores, jugando con la iluminación a voluntad con tal de
enfatizar en lo que más le interesa.
La balada de Narayama (Kinoshita, 1958) |
Sin embargo,
sorprende que una película también muy reconocida de su director como es la que
hoy abordamos, es decir, Veinticuatro
ojos, resulte tan conservadora en el aspecto formal y no obstante, veraz,
tajante y combativa en su fondo. Y es que los planos de Kinoshita se
caracterizan por ser fijos, largos, utilizar el plano contraplano y realizar
pequeños travellings de seguimiento
siempre buscando la profundidad de lo que se aleja en el paisaje. Y aunque las
imágenes que nos regala son indudablemente bellas, no es este el factor
primordial a la hora de tener en gran estima un filme como este.
Hisaki, una
joven y nueva profesora de unos niños de no más de seis años en un entorno
rural debe transportarse en bicicleta para llegar a su puesto de trabajo. En
pleno año 1928, los vecinos no pueden sino alterarse por la modernidad que
irradia en sus ropas occidentalizadas, su manejo de un vehículo que tan solo
era utilizado por el sexo masculino y sus métodos pedagógicos al aire libre. Los
primeros planos de los pequeños y el uso de la música puede engalanar de manera
algo cursi el planteamiento oficial, pero también sirve para fraguar la relación
que guardará su protagonista con unos niños que le acompañarán el resto de sus
vidas, otorgándole grandes alegrías en sus inicios, algo que se puede
vislumbrar en el siempre risueño rostro. Incluso ante las adversidades, una
infortunada lesión provocada a modo de broma por los propios pequeños que la
obligará a cambiar el lejano colegio por uno
más cercano, no cesarán en su incansable lucha por sacar adelante a una
nueva generación de jóvenes.
Pasados cinco
años, cuando vuelve a cursar con los niños que acompañó en primera instancia al
inicio del filme, aun vemos una Hisaki luchadora, que abraza, de manera
involuntaria y desde un prisma moral totalmente personal libre de influencias,
ideas comunistas o meramente contrarias al régimen fascista japonés imperante
en la época. Una ideas que nacen del sentimiento antimilitarista, casi como el
protagonista al que da vida Tetsuya Nakadai en la inmensa trilogía antibélica La condición humana (1959-61) de Masaki
Kobayashi. Porque nuestra heroína se nota como empieza a desfallecer en su
entusiasmo renovador al verse coartada por la autoridad docente, pero sobre
todo al comprobar como sus preadolescentes alumnos sueñan con alistarse al
ejército, absorbidos tanto por un espíritu patriótico impostado desde el
régimen como por la necesidad de escalar económicamente y no acomodarse en
míseros negocios de sus padres. Algo que a su vez será obligatorio para las
niñas, quienes dejarán de estudiar para pasar a formar parte del mundo laboral
familiar, viendo truncadas sus pocas probabilidades encontrar un futuro mejor
que sea acorde a sus propios sentimientos.
Dicha prueba
irrefutable de su fracaso se traduce en su desapego por la modernidad mostrada
en su juventud, ya no es una de esas mujeres que vemos en películas coetáneas
de Naruse, Ozu o Mizoguchi, sino que se amolda al estereotipo ajustado a su
condición de mujer. Empieza a vestir a la manera tradicional, se casa y tiene
hijos. No tiene reparos en admitir que ha acabado odiando su profesión,
viéndose sumida en un fracaso que acrecenta su nihilismo con el irremediable
estallido de la guerra abierta tanto en el continente como en el archipiélago.
Con el paso de
los años, 18 en concreto, el desastre al que se ha enfrentado en forma de
muerte, tanto de sus familiares como de sus antiguos alumnos, se pierden en una
melancolía y un halo de pérdida de fe en el funcionamiento de la sociedad
japonesa sin dejar de demostrar que su posicionamiento a favor de la vida por
encima del nacionalismo era sin duda la opción correcta, aunque haya sido
reprendida por jefes, alumnos o hijos. Nos topamos ante una mujer que reinicia
su intento de lograr transformar la sociedad a partir de sus cimientos, pero
que a su vez ha sufrido demasiado como para gozar del carácter y la fuerza
juvenil de la que hizo gala al inicio del filme.
El rostro de Hisaki al inicio del filme y al final. |
Luis Suñer