Director: Keisuke Kinoshita
Guion: Keisuke Kinoshita a partir de la novela de Sachio Ito
Sinopsis: Un hombre anciano regresa a su pueblo natal donde rememora un amor adolescente truncado
Dentro de la extensa filmografía de
Keisuke Kinoshita, encontramos a finales de los cincuenta y principios de los
sesenta una experimentación y vanguardismo formal muy arriesgados. Si bien hizo
un uso artístico sin igual del color en The River Fuefuki (1960),
trazando pinceladas vivas independientes encima de los distintos planos en
blanco y negro, o con la esencia artificiosa en el halo de cuento que impregna
a La balada de Narayama (1958), unos años antes ya demostró su
atrevimiento con She Was Like a Wild Chrysanthemum. En este caso,
acercándose a su constante temática del amor rural prohibido que más tarde
presenciaríamos en forma de rompecabezas cronológico en Ráfaga de nieve
(1959). No obstante, esta fragmentación temporal, casi prehongsangsooniana,
no aparece en la cinta que hoy nos atañe de esa manera.
Kinoshita, valiéndose de la novela de Sachio
Ito, nos presenta a un hombre de avanzada edad, Chisû Ryù, quien llega en canoa
a su pueblo natal donde rememora un amor truncado de hace 60 años. Tras esta introducción
donde la cámara sigue al actor inmortalizado en el imaginario cinéfilo popular
gracias a Yasujiro Ozu, todo ello plasmado desde un travelling que observa
al personaje a la misma velocidad a lo que se mueve su embarcación, el cineasta
da lugar al cambio de formato que caracteriza al filme. Saltando en el pasado,
nos introducimos de la mano de Ryû en un flashback
que nace de sus recuerdos y que formalmente se materializa mediante la casi
esferificación de la imagen. Los bordes son sombreados en blanco y la
transición entre el tiempo actual y el recordado se unen cuando la mirada del
protagonista se cruza con el espacio donde se llevaron a cabo los actos en su
memoria. Momento en el cual conocemos al joven Masao, el mismo anciano cuando
tenía 15 años, y Tamiko, una adolescente de 17 que ha estado a su lado desde su
más tierna infancia. La relación entre ambos es pura e inseparable, despertando
los recelos por un lado del resto de chicos de su edad, increpándoles
continuamente, pero sobre todo desde los ojos de los adultos. De esta manera,
las advertencias por parte de la madre de Masao se tornan cada vez más
explícitas, sobre todo al sufrir la irritante insistencia de la cuñada del
niño. Siendo Tamiko considerada ya una mujer, las habladurías del entorno rural
se vuelcan en un miedo incesante a que el honor de la muchacha sea mancillado
antes de que contraiga matrimonio. La diferencia de edad entre ambos, dificulta
el triunfo de su relación atormentando a Tamiko constantemente. Este amor acaba
finalmente resentido al verse boicoteado por sus familias, quienes los separan
a conciencia, pensando siempre en el deber de cara a la sociedad, pero siendo
conscientes en la intimidad, sobre todo por parte del personaje de la abuela,
de la infelicidad que esto provoca en los enamorados.
Kinoshita, explotando al máximo el
espacio natural donde se rueda la cinta, se vale de la belleza paisajística del
lugar para plasmar mediante la lírica visual los sentimientos de los
protagonistas. Sus pensamientos se funden en la natura, utilizando planos
detalles que se corresponden a lo observado por el anciano desde el presente.
El reposo de las secuencias ayuda al espectador a construir y digerir en su
interior el in crescendo de una
explosión emocional llevada con maestría
hacia el melodrama en sus secuencias finales. Los apuntes poéticos en off de la emblemática voz de Ryû es uno de los recursos más
valientes y acertados del filme cuando estas reflexiones aparecen impresas de
manera escrita sobre la imagen para dotar de mucha más fuerza a las distintas
secuencias. A su vez, la continua banda
sonora interpretada con guitarra española, consigue el efecto punzante pero a
la vez melódico que casa a la perfección con lo sentido por los personajes. La
utilización de la música de origen español no será un caso único en la
filmografía del director japonés, pues en otra historia de amores imposibles, Un amor inmortal (1962), este
protagonizado por Hideko Takamine y Tatsuya Nakadia, estará acompañado de
salvajes pero melódicos compases flamencos.
Luis Suñer
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