Director: Josef von Sternberg
Guion: Josef von Sternberg sobre una novela de Michiro Maruyama
Sinopsis: Siete soldados japonenes naufragan durante la IIGM en una isla del Pacífico donde tan solo viven un hombre y la que creen su sensual esposa. La disciplina y la moralidad se acaban resintiendo cuando con el paso del tiempo algunos de ellos empiezan a ansiar tanto el poder como a la mujer.
“Todo lo que se necesita en una
película es una arma y una mujer”. Esta mítica frase de Jean-Luc Godard podría definir
a la perfección la acción narrativa de una cinta que tras la desaparición de
ambos elementos, admite ella misma la falta de interés en la historia optando
por la elipsis que la lleva a su epílogo. Hablamos de Anatahan, el penúltimo largometraje del cineasta norteamericano de
origen austríaco Josef von Sternberg. Un proyecto que realizó al sentirse
agotado del sistema hollywoodiense
dirigiendo desde un estudio de Kyoto esta apuesta de Daiwa. Basada en una
novela de Michiro Maruyama, von Sternberg no solo dirige, sino
que escribe, fotografía y pone voz a esta cinta que aúna la tradición fílmica estadounidense
y la visceralidad del carácter nipón en la ficción literaria.
La apuesta formal
de esta cinta resulta cuanto menos arriesgada. El cineasta opta por el
clasicismo reinante de las últimas décadas en la hegemonía cinéfila mundial
procedente de Estados Unidos. Al mismo tiempo, asienta esa imperiosa necesidad
de excederse en pantalla con el barroquismo de lo exótico. Así pues, no duda en
copar cada imagen de mil detalles sobresaturando y recargando cada una de las
distintas secuencias. Pero sin duda, el elemento que distingue este filme de
cualquier otro acercamiento a parajes desconocidos y escapistas de la
cinematografía de aquella época, es el rodar la cinta japonés. Y es que los
personajes nipones hablan en su idioma, sin necesidad de doblar ni subtitular
sus impresiones. La solución que propone el cineasta es la de acompañar la
narración con su propia voz en off;
actuando de narrador en primera persona que, sin relevar cuál de los personajes
secundarios es, utiliza el poder de la palabra literaria recitada para hacernos
comprender el desarrollo de la acción. El acertado resultado de este engranaje
discursivo no nos extraña si conocemos la valía del director en el campo del
cine mudo. Su virtuosismo en cintas tan destacables como Los muelles de Nueva York (1928) demuestra que es capaz de utilizar
a sus actores de tal manera que sus acciones sean comprensibles para el
espectador sin necesidad de comprender lo que dicen. En este caso por las
limitaciones de un sonoro aun no explotado, y en el de Anatahan por el idiomático.
Anatahan nos transporta a pleno 1944
para presentarnos la historia de unos soldados nipones perdidos en una isla
desierta del Pacífico. Allí encontrarán a una pareja afincada por los
pormenores de la guerra. Un hombre autoritario y receloso llamado Kusakabe y
Keiko, una mujer que levanta las pasiones más animales del regimiento. Jugará
Keiko el papel de mujer fatal, aquel que tanto le gustó darle von Sternberg a
su musa Marlene Dietrich en filmes tan apabullantes como la alemana El ángel azul (1930). La actriz que da
vida a este oasis de sensualidad en un terruño de tierra violento y
masculinizado, será Akemi Negishi, descubierta por el cineasta en un club de
cabaret nocturno y que, pese a no conseguir papeles protagonistas en su carrera
de actriz posterior, apareció en cintas de pinky
violence de los setenta o, sobre todo, en distintos largometrajes de Akira Kurosawa.
Jugará el cineasta con la voluptuosidad de sus cuerpo desnudo en un precioso
blanco y negro vista siempre como un objeto de deseo desde el voyeurismo. La predisposición a ser
cortejada y la negativa de Kusakabe a que le arrebaten a su mujer, desatará una
guerra despiadada entre quienes pese a no rendirse ante los estadounidenses,
rompen el régimen de obediencia militar y utilizan las armas para conseguir sus
objetivos. El filme se inclina en su segunda parte hacía la tragedia
shakesperiana donde el sexo, el poder y la muerte, así como el aislamiento de
la realidad, magnificará las pasiones de sus personajes. La pistola y la mujer
bonita, a la que hacíamos referencia al inicio del texto, serán el elemento
estético visible que actuará como punta del iceberg de una maldad humana que
habita dentro de nosotros mismos.
Luis Suñer