Guion: Naomi Kawase
Sinopsis: Misako es una apasionada guionista de películas para invidentes. En una proyección cinematográfica conoce a Masaya, un fotógrafo mayor que ella que está perdiendo su vista lentamente. Misako pronto descubrirá las fotografías de Masaya, que la transportarán a algunos recuerdos de su pasado. Juntos aprenderán a ver de manera resplandeciente el mundo que antes era invisible a sus ojos.
Pocas filmografías han presentado
un viraje inesperado tan abrupto como la de la cineasta nipona Naomi Kawase.
Procedente de un documentalismo directo, crudo y veraz como el que demostró en
sus primeras películas, donde sobre todo apreciamos la compleja relación
personal que experimentaba con su tía abuela y el dolor por la ausencia de la
figura paterna, llegó al cénit de su estilo con Nacimiento y maternidad (2006). Un documento gráfico de un
subjetivismo y realidad extremo, donde arranca de las manos la cámara que filma
el nacimiento de su hijo para filmarlo ella misma. No obstante, su apuesta por
la ficción siempre se mantuvo en esa línea, explorando las mismas
preocupaciones y temas recurrentes. Hablamos sobre todo del luto emocional que
representa para los vivos la pérdida de un ser querido. Un estado embotamiento,
vacío, complejidad para interactuar con el mundo real. También una fusión
interior con el entorno natural, sin dejar de lado la autenticidad del urbano.
Cintas como Shara (2003), Moe no Suzaku
(1997) o Aguas tranquilas (2014),
serían un claro exponente de esta personalidad de la autora. No obstante, resulta chocante encontrar que tan solo un año
después, Kawase decida dejar de lado la esencia de su obra anterior para
abarcar con su película un público más amplio. Una pastelería de Tokio (2015) sigue con las mismas constantes
argumentales que sus largometrajes anteriores, salvo que desde una perspectiva
más simplista y obvia, queriendo conmover al público, irradiar de cierta
estética kawaii a lo mostrado en las
imágenes. Y el hecho de que su estreno en España en 2015, consiguiera
cuadriplicar los ingresos en taquilla de Aguas
tranquilas, que también llegó a salas en el mismo año, parece darle la
razón a la directora. Y es que ella misma reconoció en SEMINCI de aquel año su
objetivo a partir de ahora iba a ser concretamente ese, renunciar a la aparente
complejidad de su obra para hablar de lo mismo desde un punto de vista más
seductor para el gran público.
Con Hacia la luz por su parte, encontramos que ya no simplemente
rechaza de temáticas que han acompañado su carrera, sino que su dirección
también toma un derrotero distinto. Y es que ya no observaremos planos casi
subjetivos que se detengan en la cotidianidad de la existencia, en la maravilla
que reside en la belleza de la naturaleza. Los planos son directos, sin
ambigüedades, enfocando directamente los ojos de los protagonistas, dejando
únicamente su punto de vista como motor que mueve el filme. Este nuevo trabajo
de la realizadora, pese al potencial del que parte, se disipa en el vacío sin
preocuparse en dejar tomar una opinión propia al espectador, traicionándose con
la esencia de la película. Y es que este relato cuenta con una reflexión
interesante que lamentablemente acaba muy mal desarrollada. La protagonista trabaja
en la elaboración de una narración
audiodescriptiva de una película existente. Un empleo complicado que es testado
anteriormente ante una selección de ciegos que vuelcan su opinión sobre el
trabajo de la muchacha. A su vez, tenemos a un personaje que sobresale ante
estos invidentes, un antiguo fotógrafo cuya visión aún no ha cesado de manera
definitiva. Kawase busca construir diálogo entre imagen y palabra, entre la
objetividad de la realidad captada y la distorsión subjetiva del que la narra. También
una reflexión metacinematográfico que acaba jugando en su contra. Y es que
hacia el final, sobre todo en su desafortunada escena poscréditos, el
comentario que da la cineasta sobre su nuevo rumbo cinematográfico es condescendiente.
Si bien es verdad que trata acerca ello de manera directa, rotunda y honesta,
sin disimulo alguno, el mensaje final obtenido es el de que ese patio de
butacas repleto de ciegos, representa a una masa de espectadores que necesitan
de una narración, la de la propia Kawase, que haga más comprensible el cine para aquellos que no tienen los
medios para alcanzar su esencia en todo su esplendor. Una mirada paternalista
por encima del hombro del respetable. Algo incomprensible sobre todo cuando en
una secuencia anterior, una de las ciegas de las pruebas acusa a la narradora
de destrozar el final, ya que su visión subjetiva de los acontecimientos no
deja espacio al espectador de una reflexión propia.
Hacia la luz padece además de poca coherencia dentro del relato
interno. Secuencias como la desaparición de la madre, con la tosca metáfora de
la joven enfangada sin poder avanzar, se antoja como un acercamiento vacío a su
película El bosque de luto (2007). La construcción del personaje del fotógrafo
frustrado, contiene algo más de fuerza y empaque, pero el de la joven Misako se
vive de manera totalmente inexpresiva. Un personaje vaciado de verosimilitud,
sin atisbo alguno de calidez humana. Es por ello que se respira de manera
totalmente falsaria cualquier intento de por dotarle de sentimientos, sobre
todo en las recurrentes lágrimas ausentes de cualquier retazo de veracidad.
Estamos en definitiva ante la
película peor planteada por una cineasta genial que hasta 2014 demostró ser una
de las voces a tener en cuenta dentro de la originalidad cinematográfica
mundial. Y es que pese a su desviación hacia la comercialidad en 2015 y a la
legitimidad que tiene para ello, su última obra demuestra que querer acercar su
mundo a cuantas más personas mejor, es una postura que no se puede desarrollar
menospreciando al público, señalando qué tienen que pensar o cuando tienen que
emocionarse, porque el cine se resiente
de ello. Cuando no habla de lo que ella siente con el corazón en la mano
y disipa su intensidad para hacerlo entendible, finalmente acaba mostrando un
producto manufacturado, pasado por un filtro que acaba por arrebatarle su
propia alma. En su búsqueda de la luz ha acabado por hundirse en la oscuridad.
Luis Suñer