Guion: Hiroshi Shimizu
Sinopsis: Dos ciegos vagan por el ambiente rural ganándose la vida como masajistas. Cuando aparece una bella dama de Tokio la vida de uno de ellos cambiará al verse enamorado de ella.
Hablar del cine japonés
de los años 30 es hacerlo del estado de madurez artística que alcanzó Kenji
Mizoguchi con filmes como Elegía de
Naniwa (1937) o Historia del último
cristantemo (1939); pero también de la proyección del Yasujiro Ozu de antes
de ir a la guerra que ya marcó un estilo propio con El hijo único (1936) o He
nacido pero… (1932). Sin embargo, en este periodo de eclosión de estos dos
grandes maestros de la cinematografía mundial, Hiroshi Shimizu nos dejaría sus
más grandes películas, siendo esta década particularmente prolífica y la
posterior una reafirmación clara de su carrera con cintas tan contundentes como
Los niños del paraíso (1948).
Los
masajistas y una mujer, de 1938, sirve para concentrar en
sus escasos 66 minutos de duración la delicada sensibilidad de un director que
se vale de su pirotecnia formal para reflejar la realidad del Japón de su
tiempo. Con unos travellings
diagonales que forman en la mente del espectador la arquitectura de lo
mostrado, la dirección termina estos movimientos con uno reencuadres de las
estancias que se asemejan a los que mediante el montaje y el plano fijo nos
dejaría Ozu en sus filmes posteriores. También el deslizamiento en forma de L
se antojará casi como un adelanto a un recurso magistralmente utilizado por
Kôzaburô Yoshimura en su impresionante Historia
de Genji (1951). Sabiendo situar la cámara tanto en el interior de la posada
donde se alojan los protagonistas como en sus bellísimos exteriores, la mirada
del realizador examina la vida nipona urbanita que se refugia del estrés
cotidiano en el entorno rural. La cinta realiza un estudio social de sus
gentes, valiéndose del humor en algunas ocasiones, haciendo de lo bufonesco o
lo burlón un retazo de naturalidad que exprime el comportamiento idiosincrático
de Japón. Aunque no por ello el filme se torna blanco e infantil, sino que sabe
bucear por las distintas caras que ofrece la personalidad nipona, haciendo
énfasis también en aquellos que imponen su condición superior ante los ciegos, o simplemente sobre sus hijos o
criadas.
Lejos del melodrama
trágico familiar de su cinta posterior Four
Seasons of Children (1939), la acción dramática de esta película gira
entorno a las sospechas que levanta sobre un ciego masajista una bella dama de
Tokio. Siendo posible que sea la ladrona de las dos últimas posadas donde él ha
trabajado, acaba enamorado de una mujer deseada por los hombres que encuentra
en su camino. Un papel que recae sobre una radiante Mieko Takamine que encarna
un rol complejo de conseguir. Mientras que por un lado su belleza y tranquilidad
irradia la idea sumisa de la mujer virgen y pura que en tantas ocasiones se
sentiría en el rostro de Setsuko Hara, por el otro asistimos al amago de una
mujer fatal que esconde un gran misterio. Un compendio difícil que Shimizu
logra acercarlo a la realidad en la escena más hermosa de la película, cuando a
partir de su olor, logra despistar al ciego en una secuencia marcada por el
silencio. Una escena donde la presencia de la joven embriaga al espectador en
un juego de seducción metacinematográfico.
Los
masajistas y una mujer termina en su esencia evitando el
juicio moral de la representatividad coral de todos sus personajes, siendo su
cineasta un mero retratista de lo observado, jugando a la ambigüedad
psicológica negándose a levantar un dedo acusador. Es en definitiva una muestra
de cariño hacia un pueblo que camina fuerte sobre sus propias faltas,
sabiéndose levantar ante la adversidad y luchando por seguir adelante en un
mundo bello, complejo, y socialmente confuso.
Luis Suñer
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