Director: Jean-Luc Godard
Guión: Jean-Luc Godard
Nacionalidad: Francia
Sinopsis: Particular visión del cataclismo de la burguesía a cargo del polémico y genial director francés. Una fábula apocalíptica, desencantada y satírica, definida como un nuevo viaje de Gulliver a través del colapso de la sociedad de consumo representada en una joven pareja de burgueses. Consiguió en general muy buenas críticas, que en cualquier caso avisaban: "puro territorio Godard".
Es el mismo
Jean-Luc Godard quien siempre ha defendido la postura de que el cine es un arte
que se encuentra cien años por detrás en la innovación y el progreso respecto a
otras disciplinas. No es extraño pues que el más vanguardista de los cineastas
se valga de la confluencia de artes pictóricas, musicales, literarias e incluso
de perfomances posmodernas para
reforzar el que para él es el arte que le permite plasmar su pensamiento
mediante la agrupación de imágenes y sonidos.
Weekend, nos sirve como puente
intermediario que engloba y a la vez divide dos importantes etapas en la
filmografía del joven Godard. La primera parte de esta película consta de la
caótica libertad de hombres y mujeres jóvenes que ya vimos en Al final de la escapada (1960) o Banda aparte (1964), y a su vez, con la
cada vez más obcecada obsesión con el uso del sonido, regalándonos un calmado
plano secuencia en el que la narración (la bella sonoridad de la mera
recitación que tanto proliferará en su obra posterior) de una intensa actividad
sexual desatada de códigos religiosos moralmente restrictivos y que ya se
exploraron de una manera más diversa en la casi documental Masculino, femenino (1966), es sublevada por una música
extradiegética de tintes épicos e incluso escalofriantes que logran transgredir
lo mostrado, de una manera ya experimentada en filmes como Una mujer es una mujer (1961) o Pierrot
el loco (1965).
A partir de este momento, nos embarcamos en una road movie cuyo inicio se despliega
mediante un laborioso travelling en
el que el coche de nuestros protagonistas avanza paulatinamente en un plano
secuencia que parece querer emular una especie de antítesis del de Sed de mal (Orson Welles, 1958) y que
nos sumerge en una inacabable atasco con ecos al relato escrito por Julio
Cortázar tres años antes titulado “La autopista del Sur” incluido en su obra Todos los fuegos el fuego. En dicho
cuento, se originaba un colapso de vehículos en la autopista entre Fontainebleau y
París un domingo por la tarde (en la película estamos ante un sábado por la
mañana) que se prolongaba de tal manera que acababan por florecer los más
ruines instintos indivisualistas del hombre. De algo así va esta parte del
filme, pues en dicho camino, se encuentran con una innumerable cantidad de
cadáveres que no sirven para nada, por lo que cada uno de los afectados por
esta situación, empieza a pensar en su propio bienestar ignorando las
necesidades ajenas.
Superado este
primer obstáculo, serán amenazados por unos desconocidos uno de los cuales se
elevará como el alter ego del
pensamiento godardiano. Momento clave en el cual separará la civilización como
barbarie de su involución salvaje. A partir de este instante, se emprenderá un conflicto constante en la que el hombre es un lobo para el hombre que evolucionará
en la lucha de clases. Cuando les pregunten si están a favor de ser sodomizados
por el bloque imperialista o por el bloque comunista no podrán fallar a la hora
de buscar un aliado, pues el valor de la ideología estará por encima de la
empatía. Maltratarán al burgués que tiene propiedades (gran aparición musical
de Jean-Pierre
Léaud) de la misma manera que ellos han sido maltratados (y llevados
por un rebaño de borregos con guiño a El
ángel exterminador de Luis Buñuel). Sufrirán una transformación que irá
ligada a la incertidumbre del existencialismo de los sesenta unido a la
autoconciencia de los personajes del filme como elementos de ficción (de una
manera algo diferente a como Augusto toma constancia de su irrealidad en la
novela (nivola) Niebla de Miguel de Unamuno). Y todo ello, perfectamente gestado
para acabar con una última pulla en la que será el mismo Godard a través de la
boca de sus personajes quien denunciará el uso propagandístico que se le da a
la ficción en el cine. Algo contradictorio cuando él mismo declaró que no
entendía cómo se podía manipular mediante imágenes y sonido, aunque quién sabe
si con el punto de ironía que impregnan a sus declaraciones los artistas
adelantados a su tiempo.
Llegados al
intermedio, el peso del filme se vuelca hacía lo que será el preludio de la
filmografía inminentemente posterior del excrítico de Cahiers du cinéma, tomando el largometraje unos derroteros mucho
más políticos, desarrollando los diálogos (o más bien monólogos) que atacan
abiertamente las vías del imperialismo, alaban la libertad y promueven el
revanchismo. Como ya se adelantó en La
china (1967), la acción política se transforma en actividad terrorista,
llevando las ideas comunistas más allá mediante el uso de la fuerza. Sin
embargo, lo que en dicha película se trató con seriedad y cierto
documentalismo, en el filme que hoy nos atañe se lleva a cabo de una manera
mucho más simpática, evidenciando lo ridículo y a la vez idílico del regreso al
punto anterior al nacimiento de la civilización, volcando la violencia sobre
las especies inferiores (animales), con referencias al artista austriaco Hermann
Nitsch, y también sobre la burguesía.
Finalmente nos
queda una reflexión disfrazada de diversión pero que señala apesadumbrada el
peso de la falta de humanidad entre congéneres y el odio que suscitan las
ideologías. A su vez, no se deja de abogar por la libertad de las tramas, de la
dirección, del desarrollo de los personajes y de las posibilidades que abren la
experimentación de la confluencia entre imágenes y sonidos y las teorías
personales y emocionales que un autor puede exteriorizar y compartir con un
público mediante ellas. ¡Y todo ello acompañado de herramientas extraídas de la Literatura , la Música o el Arte, creando
un arte total capaz de englobar todas las disciplinas en pos de proyectarlas
hacia la propagación del pensamiento!
Luis Suñer
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