martes, 25 de marzo de 2014

Gion bayashi (Los músicos de Gion) 1953


Dirección: Kenji Mizoguchi

Guión: Yoshikata Yoda, Matsutaro Kawaguchi

Nacionalidad: Japón

Reparto: Michiyo Kogure, Ayako Wakao, Seizaburo Kawazu, Saburo Date, Sumao Ishihara, Midori Komatsu, Kanji Koshiba, Kikue Môri



Sinopsis: La joven y bella Eiko ha ido a refugiarse a un barrio de Kioto, a casa de Miyoharu, una geisha con muy buena reputación de la que Eiko quiere aprender. Ambas se hacen inseparables, pero una noche Eiko muerde a un cliente y las dos deben abandonar el barrio. (FILMAFFINITY)






Kenji Mizoguchi (1898-1956), pilar del cine clásico japonés junto a Akira Kurosawa, Yasujiro Ozu y el a veces olvidado Masaki Kobayashi, nos regaló en 1953 uno de sus largometrajes quizás no tan conocido como otras obras suyas tales como Cuentos de la Luna pálida, El intendente Sansho u Oharu, mujer galante, pero no por ello resignada a considerarse una obra menor del maestro.


Sin caer en la moralina o en la poca sutileza mostrada en otras películas, en Los músicos de Gion, Mizoguchi se vale de todo su lenguaje técnico desarrollado hasta el momento como es el cuidado de la fotografía y la preferencia del plano secuencia orquestadamente coreografiado como método más eficaz de acercarse a la verdad, para adentrarnos de nuevo en su canto a la libertad de la mujer y la denuncia del trato que ésta sufre por parte de una sociedad machista que no sólo existe en la época feudal, sino que vivió en sus propias carnes cuando su hermana fue vendida por su padre para ejercer de geisha.


El director japonés, a partir de una fotografía recargada y casi barroca y de cierta sencillez en el montaje, sin planos contraplanos ni otros artificios que incremente ritmo a la historia, nos radiografía el corazón de la cultura japonesa del momento, donde en plena posguerra, ya entrada la segunda mitad del siglo XX, el papel de la mujer en la sociedad no tiene cabida más que para agradar al sexo masculino. Observamos a partir de una geisha y su aprendiz como la situación familiar (cuando el desamparo y la pobreza llaman a tu puerta) obliga a querer convertirse en objeto de deseo y servicio para el hombre ya que está muy bien visto ser sumisa y agradarle. De hecho, está tan bien visto que el día en que nuestra protagonista se estrena como geisha, sus vecinos la felicitan por todo el barrio dándole los buenos días con una sonrisa en los labios.

A medida que avanza la película nos encontramos con que quizás no esté todo perdido, nos encontramos con voces jóvenes que no se atreven a hacer cambios radicales pero sí tienen una mentalidad distinta, existe una pequeña posibilidad de que llegue un cambio. Nace un primer germen de rebeldía que no solo altera a los hombres sino a las mismas mujeres, con más años sobre sus hombros, y que han sido demasiado sometidas en su vida como para comprender las ansias de libertad de la nueva generación.
La sociedad no parece estar preparada para ello. La negación de la joven y hasta ahora sumisa Eiko ante la violación no estará para nada bien vista. La negativa de Miyoharu a las tentativas de su cliente tampoco. Las dos geishas anteponen su libertad a los deseos de los demás y esto las condenará a la pobreza. 

Mizoguchi llega a lo que realmente le interesa. Si estas dos mujeres, si estos dos seres humanos, quieren sobrevivir en esta sociedad en la que se han visto obligadas a vivir, nunca podrán ser libres, deberán ser esclavas, humillarse, pedir perdón, ser sumisas, callar y renegar de la libertad de cuerpo y alma.

La película se cierra con las dos geishas regresando a su trabajo, las vuelven a felicitar por el barrio, ahora no dicen buenos días, dicen buenas noches. Se cierra el círculo.
No obstante, no todo ha sido en vano, durante un momento, dos mujeres, cargadas de rebeldía y dignidad, dijeron NO. Y es partir de los pequeños gestos que nacen los grandes cambios.


Luis Suñer








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